Luz interior

Cada uno de nosotros tiene una luz interior que con el paso del tiempo cambia de color. Al cabo de unos cuantos años, la luz interior con que nacemos es irreconocible de la luz que le presentamos a los demás.

Esta luz natural, quien realmente somos, lentamente abre paso a una luz artificial que trata de dar forma a quien creemos que debemos ser para encajar, para pertenecer. Desde que somos muy pequeños aprendemos qué es lo que debemos hacer para conformar con las expectativas de nuestra familia, amigos y sociedad. Cambiamos de color para sentirnos cerca de los demás.

Y así embarcamos nuestro camino por la vida, tratando de iluminar el camino por donde vamos con una luz que está muy lejos de quienes somos en realidad. Una luz que aunque se siente extremadamente natural y propia no es realmente nuestra. Tan solo es la combinación de millones de expectativas ajenas que han dado forma a una falsa identidad que confundimos con nuestra luz interior.

La buena noticia es que nunca nada ni nadie puede extinguir completamente nuestra luz interior. Siempre la podemos recuperar. Todo lo que debemos hacer es ver, escuchar.

Tenemos que estar atentos a todos esos momentos en que sentimos que nos desgarramos por dentro y que nuestra vida se desarma sin piedad. Es en estos momentos que nuestro subconsciente nos está gritando y nos dice que algo no está bien. Que no estamos actuando de acuerdo a quien realmente somos, que estamos lejos de nuestra luz interior.

Si prestamos atención pronto aprenderemos a escuchar y a reconocer nuestra luz interior. Este es el único camino a la verdadera felicidad pues solo es cuando actuamos en sintonía con nuestra luz interior que podemos iluminar nuestro propio corazón.

Inspirar en cada momento

Son muchas las interacciones que se dan entre las personas. En un día normal cualquiera de nosotros puede tener decenas de interacciones con los distintos círculos de personas y personas individuales que nos rodean.

Dentro de estas diferentes interacciones que tenemos cada día, todos jugamos una serie muy diversa de roles. Somos padres, hijos, hermanos, líderes, seguidores, profesores, estudiantes, amigo, enemigos, etc. Dependiendo cómo escojamos desempeñar estos roles podemos tener efectos muy diferentes en aquellos que nos rodean. Por ejemplo, si cómo amigos damos malos consejos y constantemente estamos aprovechándonos de la nobleza de nuestros amigos, siempre estaremos traicionando la confianza de alguien que confía en nosotros. Si como lideres estamos buscando nuestro propio beneficio estamos defraudando a nuestro equipo pero si como líderes buscamos el éxito de la misión a la que el equipo se ha comprometido, entonces seremos una guía invaluables para aquellos que luchan a nuestro lado.

Recientemente he estado pensando mucho en sí existirá alguna cualidad que se pueda manifestar en todo los roles que una persona puede tomar. Algo así como una llave maestra que pueda estar presente en todas las interacciones que tenemos. Creo que hay al menos una. La habilidad de inspirar.

No he podido pensar en una interacción, ya sea rutinaria o extraordinaria, en la que si así se desea no pueda haber inspiración. Si es necesario llamarle la atención a alguien, ahí puede haber inspiración. Es momento de dar una muy mala noticia a un amigo, seguro que se puede hacer con el fin de inspirar. Es momento de dar una charla a un grupo de desconocidos, que mejor momento que ese para inspirar. Ya es tarde y estás terminando de escribir un artículo, claro que ese post puede llegar a inspirar.

Realmente no importa qué estemos haciendo, en todo momento estamos sumando o estamos restando inspiración. No creo que haya algo que podamos hacer que no inspire o desmotive a aquellos que nos rodean. En todo momento tenemos el privilegio de inspirar, o no. Es una decisión que cada uno de nosotros debe tomar en cada pequeña interacción que tenemos cada día. Hoy, ¿Vamos a sumar o vamos restar?

Resultados no esperados

Cuando algo sale mal no es porque queríamos que saliera mal. Simplemente es un resultado no esperado. Siempre que hacemos algo nuestra expectativa es que salga bien. Nadie empieza a algo con ganas de que salga mal.

Que algo salga mal no dice nada acerca de nosotros. Simplemente lo que ocurre es que debido a nuestro desconocimiento nuestras buenas intenciones no se materializan y obtenemos resultados no deseados. Nadie fracasa a propósito.

Mi vida está en otro lugar

A veces siento que mi vida está en otro lugar, lejos de aquí, muy retirada de lo que todos creen que soy.

Miro a mi alrededor y puedo ver que todo está en su lugar. Nada está de más y no puedo pensar en algo que haga falta a mi alrededor. Aún así, siento que mi vida está en otro lugar.

Despierto, y al abrir los ojos solo puedo ver un desierto inmenso que nunca pareciera terminar. Estoy dispuesto a cruzarlo por qué sé que mi vida está en otro lugar.

Es el momento de iniciar el viaje final, un viaje del que nadie regresa sin cambiar. Este no es un viaje tradicional, es un viaje espiritual. Es un viaje destinado a encontrar una vida que está en otro lugar.

Aprender a soltar el pasado

Cuenta una historia ancestral de dos monjes Budistas que caminaban por el campo en un largo viaje. Ambos monjes compartían una firme creencia, aprendida directo de el seno de su milenaria cultura, que no les permitía, bajo ninguna circunstancia, tocar a una mujer.

Y así, el viaje se desarrollaba sin novedad alguna hasta que nuestros monjes llegaron a la orilla de un río en donde una desesperada mujer buscaba como hacer para cruzar hasta el otro lado sin mojarse.

Después de un largo momento de reflexión, un monje decidió tomar a la mujer en sus brazos y colocarla sobre su hombro. En cuestión de lo que no pudo haber sido más de cinco minutos los tres habían cruzado el río, ella sin mojarse. El monje bajó a la mujer, quien le agradeció efusivamente, y luego los dos monjes siguieron con su camino.

Al final de la tarde, unos veinte kilómetros más allá del río, finalmente uno de los monjes rompió el silencio de horas y le dijo a su compañero,

— “Aun no puedo creer que hayas cargado a esa mujer.”

— “Y yo no puedo creer que tú la sigas cargando tantos kilómetros después”, respondió el otro.

Y así es. Muchas veces el no poder dejar ir el pasado es mucho peor que lo que en realidad ocurrió. Aprender a dejar ir es una de las habilidades más importantes que se pueden aprender.

Si quieren aprender más sobre este tema los invito a escuchar este episodio de mi podcast Conceptos en dónde profundizamos sobre cómo dejar ir cosas materiales, relaciones y emociones con mi gran amigo Manuel “Flow” Cordón.

Cuando el cuerpo aprende a obedecer

“La carne es débil”. Esto no es cierto. El cuerpo es lo que es. Siempre está buscando comodidad y sentirse bien. Su único interés es encontrar el camino más fácil y no entiende nada sobre las posibles consecuencias de sus acciones. Lo que a veces es débil es la fuerza de voluntad, la mente.

Afortunadamente la mente es parte del cuerpo y, una vez bien entrenada, puede guiar al cuerpo por el “camino del bien”. No es algo fácil de lograr pero sin duda alguna se puede alcanzar.

Desde un punto de vista evolutivo el cuerpo humano está construido para experimentar sensaciones físicas y la mente está diseñada para responder a estas sensaciones. Siento hambre, debo buscar comida. Veo un león y siento miedo, entonces debo escapar. Tengo sueño, hay que dormir. Y todo esto estuvo muy bien por millones de años cuando el ambiente en el cual vivió el ser humano ofrecía un balance natural al cuerpo. Pero hoy en día este ya no es el caso.

Hace 10,000 años caía el sol, salían las estrellas y el mundo estaba en silencio. Era hora de dormir en el piso bajo la luz de la luna y sin excepción alguna el sol hacía su trabajo día tras día y despertaba a todos los seres humanos a la hora correcta para que pudieran empezar a buscar sus alimentos. No existían tales cosas como los desvelos por fiestas o demasiadas series de Netflix. Tampoco existía el famoso “solo 5 minutos más”. El cuerpo simplemente respondía a su entrono natural y todo estaba bien.

Pero el cuerpo humano no ha alcanzado al mundo moderno de hoy y la evolución tecnológica le lleva una ventaja abismal a la evolución biológica. Hoy en día ya nadie tiene que caminar 30 kilómetros para encontrar un panal y luchar contra las abejas para obtener un poco de miel y conseguir la energía necesaria para cazar el siguiente tiempo de comida. Simplemente se camina 2 metros a la cocina y se exprime un lindo oso de plástico y ¡voila! Se tiene miel. Es por esta discrepancia entre el cuerpo y la privilegiada vida moderna de hoy que el cuerpo debe aprender a obedecer. El entorno simplemente no le exige igual que antes.

Es importante recordar que el cuerpo no manda. Nunca ha mandado. Las acciones del ser humano están dictadas por su voluntad y nada más. Lo que sucede es que a veces la voluntad le sede el paso a la comodidad y le hace caso a los berrinches del cuerpo. El problema no es que el cuerpo sea débil. El problema es la falta de fuerza de voluntad. Todo cambia cuando el cuerpo aprende a obedecer.

Aprender jugando es mejor

Hace unos días atrás escribí acerca de la gran cantidad de tiempo que he pasado jugando Civilization VI con mi hijo y mi cuñado. Las cosas no han cambiado y hoy volvimos a pasar la mayor parte del día jugando.

Sin entrar en los detalles de cómo funciona el juego quiero relatar cómo Civilization VI ha despertado el interés por la historia, política, ciencia y economía en mi hijo de 11 años.

Realmente no hay nada como aprender jugando. Creo que se aprende más cuando no se “sabe” que se está aprendiendo. Cosas maravillosas ocurren cuando el aprendizaje viene sutilmente disfrazado como algo más. En este caso, como un juego.

Conforme nos hemos ido adentrando en el juego el domino de los conceptos que se presentan como sistemas de gobierno, políticas económicas, estructuras sociales y técnicas de negociación se vuelve necesario para seguir avanzando. Y seguir avanzando es tan divertido que los tres hemos pasado horas de horas leyendo, comprendiendo y aplicando estos importantes conceptos.

También quiero mencionar cómo los círculos de retroalimentación cortos que ofrecen los juegos son importantes en el aprendizaje. Por ejemplo, si dentro del juego elijo un sistema de gobierno que no es apto para mi situación, en un par de turnos me puedo dar cuenta que me equivoqué ya que mi situación no irá para bien. De igual manera, cuando el sistema encaja, el progreso es evidente. Este tipo de retroalimentación rápida cimienta el aprendizaje y los conocimientos de una manera experiencial.

Aprender no tiene que ser aburrido y jugar no tiene que ser “una perdida de tiempo”. Se puede jugar para aprender y aprender jugando es mejor.

Viejos amigos en fin de año

El tiempo pasa y marcha sin piedad. Los años se hacen agua entre nuestras manos, dejando una sensación de vacío que marchita el corazón. Es cierto que lo único que tenemos es el tiempo presente, pero observar como el reloj se lleva nuestro tiempo aquí, lo queramos o no, causa cierta nostalgia que solo un viejo amigo puede sanar.

Durante los últimos días he tenido la suerte de poder ver a unos cuantos de estos viejos amigos y también de escribirle a algunos otros. ¿Que más puedo decir? Es un verdadero privilegio poder tomar unas cuantas horas fuera de la rutina y utilizarlas para estar con quienes compartimos crecer.

El año esta por terminar y esto sin duda alguna es una metáfora para lo que la vida es. Un ciclo que inevitablemente llegará a su fin. Tal vez esto es lo maravilloso de la vida. Qué es escasa, preciada. Es como poder pasar tiempo con viejos amigos, un regalo que no se puede despreciar.

Riesgo y consecuencia

Puede haber algo que sea de muy poco riesgo pero que tenga graves consecuencias. Por ejemplo, viajar en avión.

También hay cosas de mucho riesgo que tienen consecuencias leves. Como jugar un partido de futbol.

Qué tan arriesgado es algo no tiene nada que ver con la gravedad de las consecuencias que se darán si el riesgo se cumple. Para tener el panorama completo se deben considerar tanto las probabilidades como la severidad de las consecuencias y recordar que no están relacionadas.

De mutuo acuerdo

Cuando dos o más personas deciden colaborar para lograr algo más grande que lo que podrían hacer solas —”construir de mutuo acuerdo”—, se logran grandes cosas.

Es por esto que me desmoraliza tanto encontrar el famoso “de mutuo acuerdo” en contrato tras contrato con el único afán de tratar de limitar el abuso de una de las partes sobre la otra. Muy rara vez se utiliza para potenciar la colaboración que podría nacer de una estrecha relación en donde las partes involucradas acuerdan mutuamente apoyarse.

No sé si sea muy optimista, o incluso utópico, pero me gustaría vivir en un mundo así. En donde los que queremos trabajar juntos acordamos dar lo mejor que tenemos y tratar de cumplir las expectativas que mutuamente se definen desde el principio. En donde si algo surge en el camino o alguna expectativa no se cumple, el malentendido (es es todo lo que sería) se resolvería con el mejor resultado para el proyecto en mente.

De mutuo acuerdo no debiera significar “no me puedes hacer eso a menos que yo te deje”. De mutuo acuerdo debiera significar “acordamos colaborar para lograr lo que los involucrados queremos y si por cualquier razón no resulta, lo resolveremos de la manera más productiva posible”.