Entender el problema (el examen en el que todos sacamos cero)

Cuando la situación apremia, resolver se convierte en un imperativo. Esto es usualmente cierto, aún cuando aún no se sabe cómo resolver la situación. En estos momentos, encontrar una solución se vuelve más importante que entender el problema.

Lo paradójico es que para poder encontrar una solución primero se debe entender cuál es el problema que se quiere resolver. La única manera de poder resolver un problema que no se entiende a fondo es contar con una cantidad desmesurada de suerte. En eso no se puede depender.

Todo esto me lleva a recordar un examen que hice en el colegio. Recuerdo que prácticamente todos sacamos una nota de cero. El examen era largo, muy largo. Nadie lo pudo terminar. Ya ni recuerdo de qué materia era. Lo que sí recuerdo fue la explicación que nos dio el profesor de por qué todos sacamos cero.

Empezó por preguntarnos si alguien había leído las instrucciones al inicio del examen. Toda la “manada” de mentirosos respondimos que sí. Y en esa mentira estaba el gran cero que todos nos merecidamente nos ganamos.

Después de hacernos la pregunta leyó en voz alta las instrucciones que nadie había leído. Las instrucciones claramente decían que no se respondiera ninguna pregunta exceptuando la última (la cual nadie llegó a responder).

El examen era ridículamente largo precisamente para que nadie llegara a esa ultima pregunta. Resulta ser que todas las demás preguntas solo eran señuelos, distracciones. Ninguna de ellas era el problema que realmente había que resolver. ¡Cuánto esfuerzo desperdiciado tratando de resolver el problema equivocado!

Para rematar, la última pregunta era tan fácil de responder. Si tan solo hubiéramos entendido cuál era el problema que teníamos que resolver. Pero no, todos empezamos a buscar una solución sin antes entender cuál era el problema que realmente había que resolver.

Recapacitando, nos ganamos ese gran cero que nos pusieron pero que gran lección la que recibimos.

Es más divertido ganar (una advertencia sobre la glorificación del fracaso)

No es ningún secreto que en el mundo del emprendimiento se glorifica el fracaso. Intentar algo y no lograrlo es una medalla de honor. Saber superar los descalabros con una sonrisa es reconocido como una habilidad superior. Todo esto está muy bien pero no debemos olvidar que es más divertido ganar.

No importa cuanto una persona pueda trabajar en cambiar su percepción del fracaso —algo que creo que todos debemos hacer— el éxito siempre se siente mejor. Después de todo, la mejor manera de interpretar el fracaso es como la serie de pasos inevitables que debemos tomar para que luego podamos triunfar. Es decir, el objetivo principal de fracasar es posteriormente llegar a ganar, no fracasar por qué fracasar es algo bueno en sí.

Siento que a veces se llega a glorificar el fracaso. Pareciera ser que en algunas ocasiones muchos ejecutivos llegarán a plantear que el objetivo final de la empresa o proyecto fuera fracasar. Hay que tener mucho cuidado. Hay una distinción muy importante ante tener una actitud positiva ante el fracaso viéndolo como un mecanismo indispensable para el éxito y ver el fracaso como algo intrínsecamente positivo.

No van a encontrar alguien más a favor del fracaso que yo. Es indispensable para llegar a donde sea que queremos llegar. Pero eso sí, siempre y cuando lo veamos como un medio y nunca como el fin porque al fin y al cabo, es más divertido ganar.

Los limites se pueden mover

Un limite es el punto en donde algo termina y algo mas empieza. Podemos decir que el limite de la paciencia es dónde la cordura termina y la locura empieza. En la misma línea, el límite de nuestras capacidades es dónde termina lo que podemos hacer y en donde empieza nuestra oportunidad de aprender cómo hacer algo nuevo.

Muchas personas creen que los limites son estáticos, que no se pueden mover. Creen que solo se tiene cierto nivel de paciencia y que solo se puede manejar hasta x ó y nivel de complejidad. Creen que tan solo se puede manejar cierto grado de presión y que no se puede generar más ingresos de los que ya se están generando. Todo esto es falso.

A través de la constancia, el aprendizaje y si, mucho fracaso, los limites se pueden mover. Por medio de el esfuerzo y la introspección se puede desarrollar más paciencia. Con entrenamiento físico se puede aumentar la resistencia y la fuerza corporal. Con dedicación y capacitación se puede hacer explotar cualquier carrera profesional.

La caja en la que sentimos que estamos encerrados no es real. Esos limites que creemos que nos encierran solo están en nuestras cabezas. La caja puede crecer. Los limites se pueden mover. Solo tenemos que empujar.

Pero primero tenemos que convencernos de que los limites sí se pueden mover.

Saber qué hacer no es suficiente para terminar ese proyecto que no termina

Sí, sí, sí, ya sé qué hacer. No me molesten. Ya me pongo a trabajar en ello y lo hago. A todos nos pasa. Ya sabemos qué es lo que que hay qué hacer pero no hay manera que movamos el proyecto hacia adelante. ¿Por qué es que pasa esto?

Porque saber qué hay que hacer no es suficiente. Claro, para poder ejecutar un proyecto es necesario saber qué hay que hacer, sino estamos perdidos. Pero el verdadero secreto está en entender qué es lo que en detalle implica hacer todo lo que hay que hacer.

En disectar cada objetivo en tareas claras y alcanzables. En encontrar las métricas específicas que permitirán “trackear” el progreso que se está logrando sobre cada objetivo. En identificar las relaciones que hay entre una tarea y otra. En transmitir una visión muy clara de por qué la compleción del proyecto es tan importante para la organización. En tener toda la información acerca del proyecto centralizada y visible para todos, todo el tiempo. En fomentar un ritmo de reportería sano y energizante. En asegurarse que cada tarea en la que se está trabajando está alineada con el objetivo que se está persiguiendo. En ordenar y agrupar las tareas de una manera secuencial que le haga sentido a todos. En alocar los recursos de una manera eficiente. En cuestionar si el trabajo que se está haciendo es el más eficiente posible. Etc.

Acá podría seguir al infinito y más allá agregando todo lo que tengo en mente que se requiere para cerrar un proyecto. Pero no vale la pena seguir sonando ese tambor. Lo que sí sirve es darse cuenta de que por qué se sabe a donde se quiere llegar no necesariamente significa que ya se sabe que es todo lo que hay que hacer para llegar hasta allá.

No siempre se puede ganar

Mientras más intensa es la competencia, más hay en juego. Conforme se va jugando contra oponentes de mayor nivel, más importante se vuelve jugar un juego perfecto. Cuando el tiempo que se ha dedicado a entrenar se deja de medir en días, y se empieza a medir en años, quedarse corto puede ser devastador. En el momento que se juega al más alto nivel, el más mínimo error puede ser mortal.

Hay atletas que realmente son los mejores del mundo en lo que hacen. Hay entrenadores que obtienen lo mejor que estos atletas “elite” tienen que dar. Hay cientos de millones de dólares respaldando sus refuerzos. Y aún así estos equipos pierden.

El margen de error es tan pequeño cuando se compite contra los mejores del mundo. Un pequeño desliz y estás fuera. En este mundo no existen las segundas oportunidades. De verdad les digo, ver a estos atletas competir sentados en nuestras salas no le hace justicia a el nivel de batallas que libran.

Sí, se puede ser el mejor del mundo. Sí, se puede tener al mejor entrenador del mundo. Sí, se pueden tener todos los recursos que se necesitan. Sí, se puede tener al público de tu lado. Pero no, no siempre se puede ganar. Lo único que podemos hacer es siempre jugar con el corazón.

Ánimo Chris.

¿Y qué si hubiera algo mejor?

Las cosas están funcionando y no se tiene mayor problema. Día tras día la cómoda monotonía de hacer lo mismo se apodera de toda la operación. Todos parecen estar muy complacidos ya que todo marcha de acuerdo al plan. No hay grandes sorpresas que interrumpan la producción pero el crecimiento es a lo sumo marginal.

Puede ser que este escenario sea algo que te llame la atención. A lo mejor no quieres “picar el hormiguero” y mientras puedas seguir tu camino sin mayor interrupción, mejor. Ya conoces tus procesos y a todas las personas que trabajan a tu alrededor. Ya sabes que hay que hacer en cualquier escenario y las metas que tienes que cumplir están fácilmente a tu alcance.

Pero, ¿y qué si hubiera algo mejor? ¿Y si pudieras triplicar las ventas? ¿Y si pudieras cortar los costos de tu división a la mitad? ¿Y si pudieras expandir la operación a otro país? ¿Y si pudieras lanzar un producto que canibalice tu producto estrella antes de que lo canibalice tu competencia directa?

Puede ser que en este momento tengas semanas, o incluso meses, de sentirte totalmente dentro de tu zona de confort. Todo marcha de acuerdo a plan y empiezas a notar que la mayoría de tus esfuerzos están dirigidos a hacer que la situación siga exactamente cómo está.

Si este es el caso te invito ahora mismo a preguntarte, ¿y qué si hubiera algo mejor?

Lo que nos causa dolor

Lo que nos causa dolor nos enseña; por más que duela es bueno no darle la espalda y enfrentarlo directamente.

Arreglar lo que nos causa dolor duele aún más, por eso nos resistimos tanto a arreglarlo pero a largo plazo resolverlo es mejor.

Lo que nos causa dolor nos pone a prueba y nos pide que seamos más de lo que creemos ser. Aunque es incómodo, nos ayuda a crecer.

Del otro lado de lo que nos causa dolor están los regalos más grandes de la vida. No vale la pena evitarlos solo porque creemos que no somos lo suficientemente fuertes para poderlos abrir.

Lo que nos causa dolor nos invita a dejar todo tirado y salir corriendo. Rechazar esa invitación es lo que define a los más grandes seres humanos que han pisado este planeta.

Lo que nos causa dolor no es más que un espejo que refleja todo lo que nos aterra. Si podemos enfrentar nuestros miedos, podemos parar el dolor. De esto no queda duda alguna.

Al mismo tiempo, lo que nos causa dolor es real, tan real que a menudo nos paraliza. Pero es cuando estamos paralizados que debemos recordar que somos algo más que nuestro dolor. Somos algo más que nuestros miedos. Somos seres humanos que podemos utilizar el dolor como un peldaño sobre el cual construir nuestros más grandes sueños.

Soy el campeón del mundo…

… para ser como era ayer. Aunque no nos demos cuenta, aunque creamos lo contrario, somos los campeones del mundo en hoy ser iguales a como éramos ayer. ¿Por qué? Porque la gran mayoría del tiempo reaccionamos emocionalmente a los eventos que suceden en nuestras vidas sin siquiera saber qué es lo que está pasando.

Cada vez que experimentamos una emoción estamos reaccionando a algo que pasó “allá afuera”. Estas reacciones normalmente ocurren de una manera espontánea y totalmente automatizada. Se pinchó la llanta de mi carro, entonces me enojo. Me despidieron, entonces siento miedo. Me gritaron, entonces me siento indignado. Siempre que esto pasa, reaccionamos de la misma manera. Somos iguales que ayer.

Estas emociones no son más que respuestas predeterminadas construidas en base a una programación invisible. Cada uno de nosotros tiene su propia programación que es a su vez la que determina nuestras respuestas ante las situaciones que enfrentamos.

Estimulo, respuesta. Estimulo, respuesta. Soy el campeón del mundo para ser como era ayer. Estimulo respuesta. Hasta que no cambie la programación seguiré siendo el mismo que era ayer.

Ladrillos y catedrales

Cuenta una conocida historia de un rey que en un soleado y caluroso día decidió cruzar su reinado para dirigirse a lo que todos consideraban el proyecto más importante de todo el reinado, la majestuosa catedral que estaba en plena construcción.

Luego de una larga cabalgata y un par de horas de cortesías el rey finalmente pudo hacer lo que tanto deseaba, hablar con los hombres que con sus propias manos estaban edificando la gran catedral.

El rey se acercó al primer trabajador que vio y le pregunto, “y tú, ¿qué estás haciendo acá?” La respuesta llegó rápida y sin titubeo alguno, “estoy poniendo ladrillos señor.”

El rey siguió con su recorrido y volvió a hacer la misma pregunta al siguiente hombre que vio. De nuevo, una respuesta inmediata, “estoy poniendo ladrillos señor.”

Esto sucedió una y otra vez. Cada vez el resultado fue él mismo, nuestro rey solo encontraba trabajadores que ponían los ladrillos. Y así pasaron varias horas hasta que finalmente el rey identificó a un hombre que se miraba mucho más feliz que los demás. De hecho, este hombre no solo se miraba de mejor ánimo, también parecía estar poniendo los ladrillos diez veces más rápido que los demás y transmitía una energía completamente diferente.

Muy interesado por lo distinta que se miraba esta persona, el rey se acercó con infinita curiosidad y le preguntó, “y tú, ¿qué estás haciendo acá?” La respuesta una vez más llegó de inmediato pero esta vez la respuesta fue diferente y en ella se encontraba toda la felicidad que este hombre irradiaba: “¡Estoy construyendo nuestra catedral!”

La única pregunta que me queda por hacerte es, en cada uno de tus proyectos, ¿estás poniendo ladrillos o construyendo catedrales?

“Pricing”: La ciencia de los paquetes

Estamos tan acostumbrados a decidir entre este paquete y aquel que cómo consumidores ya ni nos damos cuenta cuando estamos eligiendo. El diseño de paquetes se ha convertido en una ciencia y parte fundamental del mercadeo. También, el arte de entender que lleva a alguien a escoger un paquete sobre otro es vital para el éxito de cualquier emprendimiento con un modelo de negocio moderno.

El libro “Monetizing Innovation” de Madhavan Ramanujam hace un excelente trabajo de detallar un marco de referencia muy práctico para la construcción de lo que pudieran ser los paquetes ideales de tu startup. Vale la pena resaltar que el libro no se limita a la construcción de paquetes, también cubre el resto de aspectos de la construcción de una estrategia de “pricing” exitosa. Su lectura es muy recomendada.

Lo puedes comprar acá:

Spotify
HBO-MAX
Netflix