El deseo es…

“… Un contrato que haces contigo mismo de no ser feliz hasta que obtengas lo que quieras.” — Naval Ravikant.

El privilegio más grande que tiene el ser humano es ser libre. Y esta libertad incluye la libertad de decidir. Y tener libertad de poder decidir incluye poder decidir bajo qué circunstancias se quiere ser feliz.

Cada instante que una persona no es feliz es por decisión propia. Nunca es por las circunstancias que está viviendo. Es por qué ha agregado su toque personal a la realidad y este toque personal no encaja con la realidad.

Supongamos que el Real Madrid le gana un partido de Champions al Barcelona. Los aficionados del Madrid están felices con el mismísimo resultado por el cual los aficionados del Barcelona están tristes. Lo único que ha cambiado es la decisión que cada uno ha tomado sobre qué quiere que ocurra para ser feliz —en este caso, que gane su equipo.

No creo que haya programación alguna en el ADN humano que dicte que el equipo al que se le va debe ganar para que la persona pueda ser feliz. Me rehuso a creerlo. Mas creo que esto es un comportamiento aprendido. Y todo lo que se aprende se puede desaprender. La misma situación ocurre con todo lo demás que nos “previene” ser felices.

Otro ejemplo. Digamos ahora que tu pareja te deja. Ya no puedes ser feliz. ¡Jamás lo podrás volver a ser! ¿Pero qué ocurre con el paso del tiempo? El deseo por recuperar esa relación se desvanece y decides que ya no necesitas a esa persona para ser feliz. Dejas tu apego. La capacidad de poder ser feliz sin la relación regresa a tu ser. Incluso a lo mejor hasta encuentras otra pareja. Nunca necesitaste la relación para ser feliz. Tan sólo te convenciste que la necesitabas para ser feliz.

Así que ser feliz es una decisión. Es cuestión de decidir qué “necesitas” para ser feliz. Mientras más corta sea la lista de cosas que crees que debes tener para ser feliz, más probabilidades tendrás de tener una vida feliz. Es hora de empezar quitar ítems de tu lista.

Nuevos comienzos, 2021

En unas horas se estará terminando el 2020. Al detenerme y evaluar los últimos 365 días lo primero que me viene a la mente es agradecimiento. Creo importante empezar agradeciendo que sigo aquí para poder escribir este post y que en este momento estoy rodeado de toda mi familia. Nadie nos hace falta hoy.

Lo siguiente en lo que puedo pensar es en aprendizaje. Particularmente importante para mí fue aprender que puedo vivir con mucho menos de lo que creía necesario a principio de año. En las palabras de Siddhartha en la novela de Herman Hesse: “puedo pensar, puedo esperar y puedo ayunar”.

Pero suficiente acerca del 2020. Mañana empieza un nuevo año y debajo de su brazo vienen 365 nuevas oportunidades que aprovechar. ¿Exactamente cuales serán las oportunidades? Ni yo ni nadie lo puede saber. Lo que sí sé es que para yo aprovechar al máximo este año que está por comenzar requeriré hacer cambios profundos en mi manera de ser. Hay ideas y proyectos en mi mente que no me he atrevido a arrancar pero cuyo tiempo ha llegado. Ya no pueden esperar más.

Las dos grandes áreas en las que quiero trabajar son mi familia y mi crecimiento profesional. Estoy en una etapa en mi vida en la cual hay ciertas condiciones que puede ser que nunca más se vuelvan a repetir. Las quiero aprovechar. El 2021 será el año en donde potenciaré todo lo que sé que hay dentro de mí.

El reto en este nuevo comienzo, como todo gran reto que enfrentamos en nuestras vidas, es emocional. Cuando las habilidades se tienen, la falta de resultados tan solo se puede deber a limitantes emocionales. Pero en este caso sé que en mi interior que estoy preparado. Aunque sé que no será un año fácil (ni para mi ni para nadie más) sé que sin importar cuales sean las dificultades todo saldrá bien. El cambio siempre es para bien y no hay nuevo comienzo sin cambios que realizar.

Los vientos del cambio soplan a mi espalda y estoy por izar las velas. Un barco que tan solo prueba las mismas aguas traiciona su verdadera razón de ser. Los mejores tesoros se encuentran mar adentro en donde solo los más intrépidos marineros osan navegar. ¡Elevan anclas!

Recuerdos y agradecimientos de Navidad

Hoy, que estoy celebrando mi Navidad número 44, finalmente me estoy dando permiso de recordar. Conforme he ido avanzando en mi proceso de crecimiento me he podido conectar un poco más con mis emociones, abriendo así, caminos más directos a los recuerdos que de niño formé.

Mi niñez fue, —¿cómo lo puedo decir?— bastante intensa. Puedo recordar Navidades en las cuales hubieron horas llenas de mucha alegría tan solo para dar paso a noches de mucho dolor. Fueron tiempos llenos de mucha incertidumbre que usualmente explotaban en el 24 por la noche.

Conforme fui creciendo me acerqué mucho a un gran amigo que cambiaría mi vida para siempre. Su nombre era Christian. El ya nos dejó pero su espíritu vivirá por siempre en mí. Su situación familiar era muy similar a la mía y en cuanto ambos tuvimos la edad suficiente empezamos a pasar las Navidades juntos en bares o restaurantes. Usualmente estábamos solos los dos rodeados de unos cuantos extraños en situaciones que tan sólo me puedo imaginar, eran muy similares a las nuestras.

Pero desde hace ya 18 años he estado experimentando Navidades distintas, muy distintas. Desde que me casé la familia de mi esposa me ha recibido con los brazos abiertos como un miembros más de la familia. Estoy muy agradecido por eso.

Con particular alegría puedo recordar las últimas 11 Navidades que han pasado desde que nuestro hijo llegó a la familia. Han sido fantásticas y tan sólo puedo decir que tengo lindos recuerdos de cada una de ellas. La gran mayoría de ellas en la casa de Zona 2 en donde si algo nunca falta es la alegría y la felicidad —y tampoco mi arroz favorito.

Así que hoy, justo antes de dormir en esta Navidad, agradezco mucho a mis papás, a Christian, y a cada uno de los miembros de mi nueva familia por los inolvidables recuerdos que cada uno me ha regalado en algún 25 de Diciembre de mi vida.

El miedo siempre es fantasía

La sensación de miedo siempre nace ante un evento imaginado que aún no ha ocurrido. No podemos sentir miedo de algo que ya pasó. Usualmente lo que ocurre es que hay un evento detonador que acontece, se asimila, se interpreta y se arman conjeturas e historias sobre qué podría pasar después. Son estas historias las que despiertan el miedo. Todo este proceso es subjetivo.

Nunca en la historia de la humanidad ha habido una persona que haya tenido miedo de algo que iba a pasar con 100% de probabilidad. El mundo no funciona así. No importa la circunstancia y cuántas veces se haya desenvuelto de la misma manera anteriormente, nadie puede predecir con total certeza lo que ocurrirá después.

Reconocer que a lo que se le tiene miedo es una historia creada por nosotros mismos es muy poderoso. Primero, podemos en todo momento escoger si queremos creer o no la historia. Lo hacemos todo el tiempo con todas las demás historias que escuchamos. Y segundo, también podemos reescribir la historia cuantas veces queramos. Después de todo, nosotros somos los únicos autores.

El miedo siempre es una fantasía.

Nadie quiere patear la mesa

Hoy por la mañana estaba leyendo. Tenía puestos los lentes que solo uso para leer. Me levanté para ver que los gatos en el jardín no estuvieran haciendo algún desastre y pateé la mesa de la sala. Sin zapatos puestos claro. Rompí la pata de la mesa y mi dedo pequeño del pie me duele bastante.

Claro que no quise patear la mesa. Nadie quiere patear la mesa. Al igual que nadie quiere entregar un proyecto tarde o perder un negocio, mi intención era otra totalmente ajena a lo que sucedió.

Probablemente al tener los lentes puestos, algo que no hago cuando estoy en movimiento, calculé mal y según yo no iba a tocar la mesa. De lo contrario nunca hubiera dado el paso. Mi creencia de donde estaba la mesa me engañó. Esta es la única razón por la que di el paso.

Y lo mismo pasa con todo lo que hacemos en nuestras vidas. Solo podemos decidir y actuar en base a lo que creemos que es cierto. Y fuera de casos patológicos, actuamos en base a lo que creemos que será lo mejor. Los errores, fracasos y mesas que pateamos vienen de creencias falsas que para nosotros son reales. Nunca de malas intenciones. Nadie quiere patear la mesa.

El proceso de aprender (Grilled Cheese)

Creí que no me gustaba cocinar. Puede ser por qué cuando era pequeño y vivía en la casa de mis papás nunca cociné. Tampoco recuerdo haber visto a mis papás cocinar. Siempre fue algo ajeno para mí. El tema es que no tengo casi nada de práctica cocinando. Y hasta hace poco, tenía la creencia de que no lo podía hacer.

Resulta ser que hace un par de meses nuestro hijo desarrolló una afición extrema a los sándwiches “grilled cheese”. Y cuando digo extrema me refiero a por lo menos uno todos los días. Hay días de 3 ó 4 sándwiches. Se cocinan bastantes de estos panes en la casa.

No sé cual sea la receta original pero acá se preparan de la manera más simple posible: 2 rodajas de pan, con 2 rodajas de queso americano en medio, tostadas en un sartén con un poco de mantequilla.

Después de ver la preparación de no sé cuantos sándwiches, un sábado por la mañana, por fin me di a la tarea de preparar un yo mismo. El resultado no fue muy bueno. La verdad es que nunca debiéramos esperar un buen resultado la primera vez que hacemos algo. El mundo no funciona así.

Después de que nuestro hijo vio que hice el intento y no fue nada fatal, lo natural sucedió después. De vez en cuando me empezó a pedir que le hiciera un “grilled cheese”. Y con esto empecé a tener un poco más de práctica preparando los sándwiches. Y cada vez fueron saliendo mejor. Esto es lo que pasa cuando practicamos, no volvemos mejores para lo que sea que estemos aprendiendo.

Así que el proceso de aprendizaje siguió. Cada vez salían mejor tostados los panes. Y así seguí haciendo sándwiches hasta que un día escuché el comentario que nunca creí escuchar. “Tostado perfecto”, decreto el comensal! Parece ser que ya estoy empezando a dominar el proceso de tostar panes para hacer sándwiches “grilled cheese”. Y esto se siente bien. Se siente muy bien. Dominar algo con cierto grado de maestría es extremadamente motivante. Nos sube el autoestima y nos estimula a querer aprender más.

Tanto así que después de una racha ya constante de “tostados perfectos” estoy empezando a ver qué más puedo aprender a cocinar. Así es como crecemos nuestras habilidades. 

Este es el proceso de aprender:

  1. Hacer algo por primer vez.
  2. No desanimarse por qué no sale bien.
  3. Practicar y practicar. Volver a practicar sin desanimarse.
  4. Llegar a dominar lo que se está aprendiendo.
  5. Expandir el conocimiento aprendiendo cada vez más detalles a profundidad.

Las preguntas que más ayudan a liderar

Asumamos que tienes la intención de ayudar a alguien a mejorar. También asumamos que tus intenciones son genuinas y no quieres que la mejora se dé por tu propio bien —quiero ayudar mi compañero de trabajo a ser más productivo para yo poder trabajar menos, etc.
Dadas estas premisas pasemos a distinguir los tres grandes grupos de preguntas que se le pueden hacer a una persona cuando se le quiere dar retroalimentación.

  1. Preguntas de “por qué”. Estas preguntas son las menos efectivas. Son altamente confrontativas y sé perciben como acusatorias. Ejemplos: ¿Por qué no está lista la presentación? ¿Por qué no avisaste que no ibas a terminar a tiempo?
  2. Preguntes de “que”. Estas preguntas clasifican como preguntas efectivas y ayudan mucho la receptividad evitando la sensación de confrontación. Ejemplos: ¿Qué pudiste haber hecho diferente para tener la presentación lista a tiempo? ¿Qué te impidió tener la presentación lista a tiempo? ¿Qué vas a hacer diferente la próxima vez para tener la presentación lista a tiempo?
  3. Preguntas de “como”. También clasifican como preguntas efectivas y adicionalmente invitan a la reflexión, proceso indispensable para el crecimiento. Ejemplos: ¿Cómo te sientes respecto a la entrega de la presentación? ¿Cómo te puedo ayudar a mejorar?

Sin duda alguna, la ruta más directa para desarrollar a alguien es el uso de preguntas efectivas. Pero no todas las preguntas son creadas igual. Usa las preguntas correctas y podrás multiplicar el efecto de tus esfuerzos como líder.

En búsqueda de la excelencia

“Somos lo que repetidamente hacemos”, decía Aristoteles. “La excelencia no es un acto, es un hábito”.

¿Qué es lo que repetidamente haces en tu vida?

  • Tener pensamientos que generan ansiedad
  • Rendirte ante tus miedos
  • Enojarte
  • Acomodarte
  • Ignorar todo lo bueno que pasa en tu vida
  • Desconectarte
  • Culpar
  • Descuidar tu cuerpo, mente y espíritu
  • Desarrollar nuevas habilidades
  • Mostrar compasión
  • Enseñar
  • Ser agradecido
  • Apreciar todo lo que tienes en tu vida
  • Ejercitar tu cuerpo, mente y espíritu
  • Aprender
  • Exigirte cada vesz más
  • Reflexionar
  • Tomar responsabilidad

Sin duda alguna algo estás repitiendo. ¿Qué vas a repetir de hoy en adelante?

Lo que siempre tenemos

Un trabajo puede desaparecer en un abrir y cerrar de ojos. Lo mismo puede suceder con una relación, una casa o la cuenta de banco. Todas estas cosas y muchas otras mas —como la vida de un ser querido— son mucho más frágiles de lo que creemos y pueden desvanecer sin un previo aviso.

La gran mayoría de cosas que creemos tener caen en esta categoría de “efímeras”. Están fuera de nuestro control y tan solo podemos, hasta cierto punto, influenciarlas en maneras bastante limitadas.

A lo largo de nuestras vidas todos vamos acumulando conocimientos y destrezas que desarrollamos con mucho esfuerzo y dedicación. Aprendemos a lidiar con situaciones difíciles y a controlar nuestro temperamento. Descubrimos cómo resolver problemas, aprendemos a hablar otros idiomas y poco a poco dominamos un instrumento musical.

Todos estos conocimientos y destrezas son lo que siempre tenemos. Nadie ni nada nos los puede quitar. Son lo que nos hace únicos y nos permite aportar a las personas y comunidades que nos rodean. Son lo que nunca podemos perder.

Es en estas cosas en lo que debemos trabajar para crecer nuestro impacto en el mundo y tener una verdadera sensación de solidez bajos nuestros pies. ¿Que inseguridad puedo experimentar si sé que aunque me despidan de mi trabajo o quiebre mi empresa voy a estar bien por qué sé que lo puedo volver a hacer? Este es el verdadero secreto del crecimiento personal.

Cada día debemos voltear a ver hacia a adentro y conocernos mejor. ¿Dónde somos fuertes y en que debemos trabajar? No nos distraigamos con lo que está pasando allá afuera. Lo que hemos logrado y lo que tenemos es irrelevante —puede desaparecer en cualquier momento. Lo único que siempre tenemos es lo que somos y lo que podemos hacer.

El regalo de exigir

Ser exigente y pedir lo mejor que alguien más puede dar es más fácil para algunas personas que para otras. Pareciera ser que para la gran mayoría es algo bastante incómodo y difícil de hacer. Espero con las siguientes palabras facilitarles el proceso.

En la cultura occidental hay una creencia muy arraigada que ser exigente de alguna manera equivale a ser una persona mala o ser intransigente. En el caso particular de Guatemala la expresión que viene a la mente es “ser mala honda”.

Esta dificultad de poder ser demandante —dentro de obvios límites éticos— limita mucho el desarrollo de un grupo de personas. La falta de exigencia afecta tanto a las personas que no exigen como a aquellas que no se les está motivando a dar lo mejor que tienen dentro.

Y es esto precisamente lo que es exigir —invitar a alguien a estar inconforme y buscar dar más. Es un reconocimiento abierto de que la persona lo puede hacer mejor. Es una inconformidad sana que busca crecimiento personal. Es un regalo.

Es un regalo por qué para que alguien llegue a exigir y “subirle la barra” a otra persona se tuvo que incomodar. Tuvo que pasar por el proceso de sentir ese nudo en la garganta y las mariposas en el estómago que todos sentimos cuando le vamos a decir a alguien que lo que hizo no está a estándar y que lo debe hacer mejor. El regalo es cada vez más especial conforme el rendimiento que se exige va subiendo de nivel.

Exigir es una calle de doble vía que beneficia a todos los involucrados. La persona que da el regalo de exigir recibe el privilegio de desarrollar y crecer a otra persona que quiere crecer. La persona a la que se le exige recibe el regalo de que alguien más le tenga suficiente aprecio como para incomodarse por ayudarlo a crecer. Exigir es un maravilloso intercambio cuando se sabe hacer bien. Empieza a crear un cultura de exigencia.