Ver más allá

Cada persona con que interactuamos y cada evento que ocurre en nuestras vidas es maravilloso —si tan solo nos detenemos a ver un poco más allá. La falta de inspiración y maravilla en el “día a día” no es nada más que la manifestación de nuestra incapacidad de detenernos y profundizar.

Esa persona que te está atendiendo en el restaurante y aquel vendedor que vez trabajando en la calle esconden una cantidad infinita de magia que te puede inspirar —si tan solo te detienes a ver más allá.

Esa torta de concreto sobre la cual vas caminando y el cielo azul que te rodea desde las alturas son fenomenales, ambos tienen el poder de transportarte a otro mundo —si tan solo te detienes a ver más allá.

Todo, absolutamente todo lo que nos rodea nos puede enseñar a ver cosas que aún no hemos podido ver. Podemos aprender a ver amor en la exigencia y misericordia en la tragedia. Podemos ver riqueza en una persona que está experimentando pobreza económica y amor en los ojos de un ladrón que en determinado momento no supo tomar una mejor decisión. Podemos aprender a ver la sabiduría de la naturaleza en la muerte de un ser querido y la soberbia del humano en una oferta que nos pudiera cambiar la vida para siempre.

El mundo no es cómo lo vemos. El mundo es mucho más hermoso que eso. El mundo es perfecto en todo aspecto y es nuestra falta de percepción lo que no nos deja verlo así.

Este es un buen momento para bajar el teléfono en donde estás leyendo esto o alejarte de tu computador y así poder empezar a ver un poco más allá.

Ahora que te desconectaste, ¿Qué estás viendo que no podías ver hace un instante atrás?

Ladrillos y catedrales

Cuenta una conocida historia de un rey que en un soleado y caluroso día decidió cruzar su reinado para dirigirse a lo que todos consideraban el proyecto más importante de todo el reinado, la majestuosa catedral que estaba en plena construcción.

Luego de una larga cabalgata y un par de horas de cortesías el rey finalmente pudo hacer lo que tanto deseaba, hablar con los hombres que con sus propias manos estaban edificando la gran catedral.

El rey se acercó al primer trabajador que vio y le pregunto, “y tú, ¿qué estás haciendo acá?” La respuesta llegó rápida y sin titubeo alguno, “estoy poniendo ladrillos señor.”

El rey siguió con su recorrido y volvió a hacer la misma pregunta al siguiente hombre que vio. De nuevo, una respuesta inmediata, “estoy poniendo ladrillos señor.”

Esto sucedió una y otra vez. Cada vez el resultado fue él mismo, nuestro rey solo encontraba trabajadores que ponían los ladrillos. Y así pasaron varias horas hasta que finalmente el rey identificó a un hombre que se miraba mucho más feliz que los demás. De hecho, este hombre no solo se miraba de mejor ánimo, también parecía estar poniendo los ladrillos diez veces más rápido que los demás y transmitía una energía completamente diferente.

Muy interesado por lo distinta que se miraba esta persona, el rey se acercó con infinita curiosidad y le preguntó, “y tú, ¿qué estás haciendo acá?” La respuesta una vez más llegó de inmediato pero esta vez la respuesta fue diferente y en ella se encontraba toda la felicidad que este hombre irradiaba: “¡Estoy construyendo nuestra catedral!”

La única pregunta que me queda por hacerte es, en cada uno de tus proyectos, ¿estás poniendo ladrillos o construyendo catedrales?

La felicidad depende sólo de ti

Desde muy pequeños, tanto la sociedad como el sistema escolar, no dejan muy claro con quién nos debemos comparar para ser felices —los demás. Para el pequeño niño o niña en primaria lo más importante no es si se la pasó bien en el colegio y aprendió algo nuevo. Lo más importante es si le va a poder dar a sus papás una foto del cuadro de honor para subir a redes sociales.

Siempre que nuestra felicidad dependa de algo externo (como qué es lo que piensan los demás) estaremos en problemas pues las reacciones de los demás son algo que no podemos controlar. Pero así es como hemos sido programados. Constantemente estamos buscando cumplir con las expectativas e ideales de otras personas para entonces nosotros podernos sentir bien, adentro. Con razón sentimos que tenemos el peso del mundo entero encima todo el tiempo.

La felicidad debe ser algo intrínseco, debe venir de adentro. Es algo que necesariamente debe nacer adentro de cada persona, con plena libertad. La felicidad nunca debe depender de tener que cumplir con las expectativas de alguien más. Tampoco puede depender de los resultados o situaciones que se desarrollen a nuestro alrededor.

Todo lo que realmente necesitamos para ser felices es pasar nuestro tiempo haciendo lo que nos hace felices, a nosotros. No a los demás. No necesitamos de nada más. Por ejemplo, si alguien sabe que al pasar su día leyendo, escribiendo y pasando tiempo con su familia puede ser feliz y así pasa la mayoría de sus días, entonces esta persona ha encontrado el cielo en la tierra. Puede ser que esto no sea lo que “los demás” consideren necesario para ser felices o esperen que esta persona haga por ellos pero para él o ella esto es suficiente.Y eso es lo único que realmente importa.

Los días más felices

Los días más felices son aquellos en los que podemos compartir con aquellos que son importantes para nosotros.

Los días más felices son productivos y terminan con un buen sueño que solo el cansancio nos puede regalar.

En los días más felices hay deporte y hay aprendizaje.

En los días más felices nos ponemos a prueba y superamos un reto que antes no habíamos podido superar.

Los días más felices son aquellos en los que podemos ayudar a alguien y en los que encontramos una solución que antes no habíamos podido ver.

Los días más felices también pueden tener desilusión y estar llenos de dolor. Realmente no importa porque los días más felices son todos aquellos días en los que decidimos ser felices sin restricción.

Los días más felices nunca están contados y de hecho no tienen nada que ver con quienes compartimos o qué pasa a nuestro alrededor. Es más, los días más felices son todos los días de nuestras vidas, si así lo queremos de verdad.

Las dependencias más difíciles de romper

Cuando escucho la palabra dependencia, lo primero que me viene a la mente es la adicción a algún tipo de substancia. No sé porque sea pero rápidamente mi mente relaciona la palabra con drogas o alcohol.

Creo que esto no es casualidad, este tipo de situación es algo muy común en nuestra sociedad. No solo la cantidad de personas con problemas de abuso de substancias crece mes tras mes sino que el impacto que este problema tiene a nivel social es cada vez más severo. Sea como sea, cuando escucho la palabra “dependencia” este es el tipo de cosas en que pienso.

Sin embargo sé que hay dependencias mucho más comunes, peligrosas y difíciles de romper que estas que ya mencioné. Son estas dependencias las qué, debido a su prevalencia y toxicidad, más nos debieran preocupar pero muy pocas personas si quiera las identifican como dependencias.

Me refiero a la dependencia que todos tenemos a cosas como la aprobación y aceptación de los demás. A tener que cumplir con las expectativas de otras personas y desvivirnos para encajar en un grupo social —impresionar a los demás. A esperar a que el mundo externo se doblegue ante nuestra voluntad para entonces ser felices.

Es esta dependencia a tener cierta cantidad de dinero, status o posición social para poder sentirse bien lo que más sufrimiento causa en el mundo. ¿Cuántas personas deciden no ser felices porque aún no tienen el trabajo, el carro, o la casa que “necesitan”? ¿Cuántas personas deciden quitarse la vida porque alguien los deja o porque pierden su trabajo? ¿Cuántas personas dejan a sus familias por buscar la admiración de sus colegas profesionales? Etc.

Sí, definitivamente pareciera ser que las dependencias más difíciles de romper son las dependencias psicológicas/emocionales.

A veces hay que ver para creer

Hay muchas cosa fantásticas en los libros que leemos y en los consejos que recibimos. Estas palabras nos hacen sentido. Las entendemos y las aceptamos como verdaderas. Sin embargo, a menudo toda esta teoría se reduce a un volcán de ceniza cuando la tratamos aplicar.

Tan solo pensemos por un momento. ¿Cómo serían nuestras vidas si pusiéramos en práctica un 50% de lo que hemos “aprendido” en teoría? No sé cual sea su respuesta pero yo creo que yo tendría la vida de mis sueños.

Es extraño, aún cuando entendemos a nivel racional que algo nos puede dar todo lo que siempre hemos querido, en la práctica no lo podemos hacer. Es como que si en algún lugar recóndito de nuestro ser dudáramos. A pesar de entender la teoría dudamos. Muchas veces tenemos que ver para creer.

Estaba pensando en esto porque llevo años estudiando esta idea de que nosotros podemos escoger nuestras respuestas emocionales. Que la felicidad es una decisión y que nuestro estado emocional está 100% dentro de nuestro control. He dedicado muchas horas a contemplar esta idea y a hacer un sin fin de prácticas para tratar ponerlo en práctica. Hace un momento algo maravilloso pasó, repentinamente la teoría se convirtió en algo real.

Mi experiencia fue como ver una película en cámara lenta. Hace unos minutos estaba devolviendo el carro que había alquilado. En el momento que lo entregué el personal que lo recibió encontró unos daños a la parte de abajo del “bumper”. Yo no recuerdo haber dañado el carro. Tampoco revisé el carro al recibirlo. Para hacer corta la historia, tuve que pagar un deducible de seguro por un monto de $250.00 por el daño que no sé con certeza que yo ocasioné. Esto fue suficiente para que mi mente se pusiera en modo “empecemos a sufrir a toda máquina.”

Y ahí fue donde la magia sucedió. Una serie de pensamientos entraron automáticamente en mi cabeza. Los escuché tan claramente que resonaron en lo más profundo de mi ser, “¿De verdad vas a dejar que esto arruine tu día? ¿Por qué estás condicionando tu felicidad a que todo salga como quieres? ¿Por qué no quisieras estar feliz a pesar de que esto pasó?

Y de alguna manera inmediatamente todo volvió a estar bien. El enojo y la frustración se derritieron en un mar de tranquilidad. La felicidad se apoderó de cada fibra de mi cuerpo.

Sin nada más que hacer la teoría se puso en práctica y tal y como los sabios me lo habían prometido pude ser verdaderamente feliz ante una situación objetivamente negativa.

Productividad antes que felicidad

En algunos casos es fácil confundir la causa y el efecto de un evento. Es parte de la limitada capacidad humana. Es imposible para una persona comprender todas las causalidades del universo.

Por ejemplo, al ver que muchas personas que toman café también son flacas, erróneamente concluimos que el café causa perdida de peso. La realidad es que es más probable que a las personas flacas les guste el café.

Una confusión extremadamente común de causa-efecto es la creencia de que las personas felices son productivas. La realidad es que las personas productivas son felices. Esto es un aprendizaje extremadamente importante de asimilar. Especialmente en las empresas en donde la motivación del personal es baja.

La gran mayoría de personas saludables en el entorno laboral buscan un sentido de cumplimiento que es natural al ser humano. ¿Quién de nosotros no se ha sentido genial al terminar un proyecto? Productividad -> Felicidad.

¿Por qué esto es tan importante? Porque entender esta causalidad puede cambiar radicalmente las inversiones que una empresa decida hacer respecto a sus instalaciones y desarrollo de personal.

Si la empresa equivocadamente cree que las personas felices serán productivas la empresa invertirá en cosas como mesas de pingo pong, comida gratis y áreas de recreación dentro de la oficina. Por el contrario, si la empresa cree, correctamente, que la productividad contribuye a la felicidad de sus colaboradores se invertirá en capacitación, herramientas de trabajo y un agradable ambiente de trabajo que sea altamente productivo.

Esto no quiere decir que la distracción y otros aspectos importantes que contribuyen a la felicidad de las personas deben ser ignorados en la empresa. Son importantes. Lo que no se debe olvidar es que estas cosas NO son la causa de la productividad.

Indudablemente, para subir la motivación y felicidad de un equipo de trabajo la mejor inversión que se puede hacer es crear un ambiente productivo de trabajo. Y cuidado, esto no funciona al revés.

Felicidad sin condiciones

Ayer escribí sobre cómo todos queremos lo mismo, ser felices. Hoy escribo sobre cómo, aunque todos queremos ser felices, también condicionamos nuestra felicidad.

Si le pregunto a cada uno de ustedes, ¿quieres ser feliz?, la respuesta de más del 99% de ustedes será un rotundo “sí”. Ahora, si vuelvo a preguntar, ¿quieres ser feliz más que cualquier otra cosa?, una vez más la mayoría de ustedes responderían que sí. Entonces, si ser felices es lo que más queremos, ¿Por qué tan pocas personas en el mundo reportan ser verdaderamente felices?

Porque insistimos en condicionar nuestra felicidad. Cada uno de nosotros tiene un conjunto de reglas internas que determinan cómo queremos que sea el mundo para que nos demos permiso de ser felices.

“Ser feliz es lo más importante para mí pero solo si mi ropa no se mancha en el camino al trabajo. Lo que más quiero es ser feliz pero solo si mi hijo saca buenas calificaciones en el colegio. Quiero estar feliz cuando regreso del trabajo a mi casa pero solo si todo salió bien en la oficina.” Y así una y otra vez. Quiero ser feliz pero antes “necesito” que el mundo se alinee a mis expectativas.

La realidad es que nos importa más que las cosas sucedan tal y como queremos que sean que ser felices. Si la felicidad fuera nuestra prioridad número uno, escogeríamos ser felices a pesar de que las cosas no salgan como queremos.

¿La moraleja de la historia? Si quieres ser feliz, ve y sé feliz —sin condiciones. Congela una sonrisa en tu corazón y experimenta felicidad independientemente de lo que pase. De lo contrario lo que estás buscando es que algo salga cómo quieres y no ser feliz. Recuerda, en el fondo lo que todos queremos es ser felices.

Todos queremos lo mismo

Algunos de nosotros queremos ser emprendedores, otros quieren ser médicos. Algunos prefieren la academia y otros los gimnasios. Hay quienes están cómodos bajo la presión empresarial y otros buscan refugio en el santuario de los monasterios. Todo esto es irrelevante, tan solo son sutilezas superficiales. En el fondo, todos queremos lo mismo.

El mundo moderno ofrece opciones casi infinitas de realización. Lo que nuestro corazón anhele, lo podemos obtener. El secreto está en conocernos lo suficientemente bien para identificar cuales son nuestras prioridades y conectar con lo que queremos en realidad.

Las apariencias engañan y todo lo que podemos ver son los comportamientos de los demás. Es imposible conocer sus verdaderos anhelos y aspiraciones. Todo lo que podemos hacer es aproximar cuales son sus deseos en base a sus acciones y palabras. Pero todo esto solo son palabras al viento que al final del día no tienen peso alguno porqué todos queremos lo mismo. Nuestras acciones solo son distractores de la verdad.

Resulta muy difícil creer que todos queremos lo mismo porque cada persona en el mundo con la que interactuamos se comporta de manera distinta. Lo que sucede en realidad es que cada quien se comporta de la mejor manera que puede para al final obtener lo mismo que todos queremos: ser felices.

Luz interior

Cada uno de nosotros tiene una luz interior que con el paso del tiempo cambia de color. Al cabo de unos cuantos años, la luz interior con que nacemos es irreconocible de la luz que le presentamos a los demás.

Esta luz natural, quien realmente somos, lentamente abre paso a una luz artificial que trata de dar forma a quien creemos que debemos ser para encajar, para pertenecer. Desde que somos muy pequeños aprendemos qué es lo que debemos hacer para conformar con las expectativas de nuestra familia, amigos y sociedad. Cambiamos de color para sentirnos cerca de los demás.

Y así embarcamos nuestro camino por la vida, tratando de iluminar el camino por donde vamos con una luz que está muy lejos de quienes somos en realidad. Una luz que aunque se siente extremadamente natural y propia no es realmente nuestra. Tan solo es la combinación de millones de expectativas ajenas que han dado forma a una falsa identidad que confundimos con nuestra luz interior.

La buena noticia es que nunca nada ni nadie puede extinguir completamente nuestra luz interior. Siempre la podemos recuperar. Todo lo que debemos hacer es ver, escuchar.

Tenemos que estar atentos a todos esos momentos en que sentimos que nos desgarramos por dentro y que nuestra vida se desarma sin piedad. Es en estos momentos que nuestro subconsciente nos está gritando y nos dice que algo no está bien. Que no estamos actuando de acuerdo a quien realmente somos, que estamos lejos de nuestra luz interior.

Si prestamos atención pronto aprenderemos a escuchar y a reconocer nuestra luz interior. Este es el único camino a la verdadera felicidad pues solo es cuando actuamos en sintonía con nuestra luz interior que podemos iluminar nuestro propio corazón.