Lo más dificil es…

… Ver las cosas tal y como son. Muchas veces, ver el mundo tal y como es, es demasiado doloroso. Es entonces que decidimos maquillarlo para no sentir dolor.

Todos experimentamos el mundo a través de nuestros conceptos y de acuerdo a la naturaleza de cada situación, buscamos un significado que encaje con nuestra programación. Así es como maquillamos la realidad y aspiramos a sentir algo que se asemeje a una sensación de seguridad.

Y de todas las cosas que maquillamos, la más difícil de ver directamente es, nuestra auto imagen. No hay nada más doloroso en todo el universo que vivir ese momento en que pasa algo que no encaja con esa imagen que hemos creado de nosotros mismos. El dolor es tan grande que decidimos pelear hasta la muerte por defender nuestra auto imagen.

Alguien nos dice que no les gusta nuestro nuevo peinado. Nos exponemos a una nueva idea que nos hace mucho sentido pero no comulga con quienes creemos que somos. Fallamos en el trabajo y nuestro jefe se entera. Manchamos nuestra camisa antes de una reunión. Alguno de nuestros hijos hace un berrinche en público. Nos toca ponernos traje de baño y no nos vemos como creemos que nos “debiéramos” ver. Etc.

Es tortura. Todo el tiempo estamos tratando de modificar todo lo que sucede a nuestro alrededor (y lo que piensan las demás personas) para que encaje con la maquillada imagen que hemos construido de nosotros mismos. Esto no es vida. No es sano.

Lo más difícil es vernos tal y como somos. Aceptarnos primero, y luego aprender a querernos. Somos como somos, con nuestras fallas y cualidades. En ese sentido, somos perfectos.

Pero en el momento que creemos que tenemos que acomodar el resto del mundo para que nosotros podamos encajar, nos hemos metido en una batalla que nunca podremos ganar.

Eso no es vida.

Causa y efecto: la naturaleza de nuestro universo

Vivimos en un mundo que es gobernado por un set de reglas que son inviolables. Hay una cierta consistencia en todo lo que nos rodea que no se puede negar. Nos guste o no, estamos sujetos a las leyes de causa y efecto.

Entender, y más importante aún, aceptar como funcionan estas leyes es indispensable para llevar una vida plena. No importa si hablamos de logros profesionales o calidad de vida familiar, el no aceptar las leyes fundamentales del universo (realidad) es la limitante más grande que una persona puede experimentar. No se puede operar efectivamente en un entorno sin saber cuales son sus reglas de juego.

La realidad está construida sobre la premisa fundamental de que todo es causado por algo más. Por cada acción hay una reacción. Vivimos en un mundo de causa y efecto. Las cosas son como son. Por crudo que suene, así se comporta la realidad y el universo no tiene ningún tipo de interés personal por nadie. Causa y efecto.

Al COVID no le importó que un emprendedor acabará de abrir un restaurante en marzo del 2020 después de haber invertido todos sus ahorros para lanzar el proyecto. A los terremotos no les importa qué miles de niños inocentes sucumban bajo los escombros que causó. No es que la realidad sea malvada. Las cosas simplemente son.

La naturaleza de nuestro universo es impersonal. A su ves es predecible y se puede llegar a descifrar. Lo único que se requiere para obtener todo lo que una persona pudiera llegar a querer es dejar nuestras expectativas por un lado y aceptar la realidad tal y como es.

La mejor manera de navegar el mundo en el que vivimos es entendiendo y aceptando las leyes a las que estamos sujetos. Entender que la realidad – nuestras expectativas = felicidad es el único camino para llegar a vivir bien.

Esta es la verdadera naturaleza de nuestro universo.

Creer lo hace real

Digamos que estás a la orilla de un precipicio. Quieres saltar para llegar al otro lado. La caída es muy grande y la distancia entre un lado y el otro está justo en el límite de lo que puedes saltar. ¿Qué hará que el salto sea real? La voluntad de creer.

Te retiras de la orilla para agarrar aviada. Tomas un profundo respiro y cierras los ojos. Sientes tu corazón latir y tus piernas temblar. Es momento de arrancar.

En este instante, mas allá de lo que tu cuerpo pueda hacer o no, es lo que suceda en tu mente lo que determinará si llegaras con vida al otro lado. Si crees que lo lograrás esa confianza se traducirá en más fuerza y velocidad. La duda desaparecerá y el salto será exitoso. Creer lo hace real.

Ahora bien, si crees que caerás al fondo del abismo y morirás, la incertidumbre se apoderará de cada fibra de tu cuerpo. La indecisión te frenará y tus pasos serán más cortos. Titubearas a la hora del salto y te quedarás corto. En este caso una vez más comprobamos que creer lo hace real.

Es increíble Lo poderosa que es la mente humana. Es tan poderosa que puede materializar cosas en el mundo físico. No lo menciono como un acto de magia a lo “El Secreto” pero creer que algo puede suceder acompañado de una ejecución apegada a las leyes de la física lo puede hacer real.

Si alguien quiere leer a profundidad sobre este tema y sus implicaciones filosóficas le recomiendo leer el ensayo “La voluntad de creer” de William James escrito en 1897.

El elemento sorpresa y la humildad

Hay cosas que suceden con más probabilidad que otras. Hay cosas que tienen muy poca probabilidad de suceder. Dada una buena cantidad de tiempo, la realidad es que cualquier cosa es posible. Todo puede pasar, incluso lo que nuestra limitada manera de pensar considera imposible.

Cuando sucede algo que una persona no está esperando, se dice que la persona fue sorprendida. Fuera de las fiestas sorpresa, ser sorprendido usualmente no es algo bueno. Cuando la vida nos sorprende, muchas veces no sabemos qué hacer y somos arrollados.

Así podemos llegar a la siguiente conclusión: si no son fiestas sorpresa, mejor minimizar la probabilidad de ser sorprendidos. Suena bastante intuitivo, ¿No? Yo también lo creo. Pero si es tan intuitivo, ¿Por qué somos tan propensos a caer ante el elemento sorpresa?

Porque somos arrogantes y a nuestro ego no le gusta ser expuesto a alternativas que no encajan con el modelo mental del mundo que ha construido. Tratar de pensar en situaciones que no encajan con ese modelo mental nos hace sentir inseguros. Nos pone nerviosos. La sensación de incomodidad es tan grande que cualquier posible situación que no encaje con nuestra manera de ver del mundo es descartada.

Las consecuencias de este patrón de comportamiento son devastadoras. La realidad una y otra vez toca a la puerta de nuestra percepción para alertarnos sobre peligros y oportunidades que no estamos esperando que lleguen, que no encajan con nuestros paradigmas. ¿Y qué hacemos nosotros? La ignoramos, nos encerramos en nuestra fortaleza mental y confiamos en que la amanezca u oportunidad se desvanezca sin derrumbar nuestro frágil castillo de cristal.

El elemento sorpresa es real. Qué tanto nos puede afectar depende principalmente de que tan cerrada sea nuestra manera de pensar. Si somos intransigentes y rígidos seremos constantemente sorprendidos —y atropellados por la realidad. Si somos humildes y aceptamos que el mundo no revuelve a nuestro alrededor y que tiene su propia agenda podremos estar mejor preparados para lo que sea que el siguiente momento tenga preparado para nosotros.

Cuando pensamos de esta manera siempre podemos utilizar el elemento sorpresa a nuestro favor.

Invisible

Hay cosas que son invisibles, simplemente no se pueden ver. Todos sabemos esto. Lo que muy pocos llegan a distinguir es que hay cosas que no se pueden ver porque esa es su naturaleza y hay otras cosas que no se pueden ver porque nosotros escogemos no verlas.

El aire es invisible al igual que la luz infrarroja. También hay muchas otras substancias que el ojo humano no puede percibir. Son invisibles por su naturaleza. Esto no es en lo que me quiero centrar hoy.

Es más interesante explorar cosas como los vicios que lentamente matan a millones de personas sin que ellas se den cuenta de lo que está pasando. ¿O qué tal todos esos casos de personas que están por perder su trabajo porque no se han dado cuenta que tienen que subir de nivel para poderlo retener? ¿O todas esas familias que poco a poco se desintegran sin que nadie siquiera se dé cuenta hasta que ya es muy tarde?

Lo más difícil de ver no es lo que es invisible. Lo más difícil de ver es lo que no queremos ver. Nuestros errores. Nuestras fallas. Todo aquello que vive en nosotros y que no nos deja vivir nuestra mejor vida. Nuestras propias limitaciones.

Lo invisible se puede llegar a ver. Todo lo que tenemos que hacer es quitarnos la venda que nos mantiene cegados, aquella que no nos queremos quitar porque tenemos miedo a que la luz de la realidad nos vaya a quemar para siempre los ojos.

El valor de enfrentar la verdad

Pocas cosas dan tanto miedo como enfrentar la verdad. La verdad puede ser cruel y despiadada, no tiene misericordia con nadie. La verdad es tan severa porque es lo único que destruye los mundos ficticios que creamos adentro de nuestras cabezas para sentirnos bien.

Enfrentar la verdad requiere de mucha valentía ya que ver las cosas tal y como son es muy diferente a ver las cosas como quisiéramos que fueran. Mientas más distancia haya entre cómo son las cosas realmente y cómo quisiéramos que fueran, más valor se requiere para enfrentar la verdad.

Enfrentar la verdad puede ser lo más incómodo del mundo pero también puede ser el atajo más efectivo para cambiar nuestras vidas. Intercambiar el cuento de hadas que nos contamos una y otra vez para sentirnos bien por la realidad tal y como es es cómo abrir los ojos cuando vas manejando a 100 kilómetros por hora en la carretera. No solo es una buena idea, es la única manera de asegurarte de que no tendrás un accidente fatal por no querer ver hacia dónde vas.

¿Es la vida un sueño?

No sé si a ustedes alguna vez les haya pasado pero yo he tenido algunos momentos en mi vida que parecieron haber sido sueños. También he tenido sueños que han parecido ser más reales que muchas experiencias de mi vida “real”.

Sin querer entrar en inútiles debates filosóficos hoy quiero preguntar, ¿Cómo podemos saber que es la realidad? Creo que es una pregunta mucho más compleja de responder de lo que muchos de nosotros quisiéramos aceptar.

La respuesta es más compleja de lo que creemos porque con lo que hoy sabemos de cómo funciona el cerebro humano entendemos que lo que le llamamos realidad no es más que una alucinación controlada que ocurre en nuestras mentes. Es decir, le llamamos realidad a la interpretación que cada uno de nosotros le da a los impulsos eléctricos generados por los estímulos externos que la realidad (mundo externo) nos envía. Es esta alucinación controlada lo más cercano que tenemos a la realidad.

Entendiendo esto podemos afirmar que prácticamente nuestra vida diaria es lo mismo que estar soñando. Así que sí, la vida es un sueño.

El secreto para proyectar, estimar y decidir mejor

Cuando una persona está liderando una empresa la cantidad de proyecciones, estimaciones y decisiones que debe tomar no es pequeña. La precisión con que realice estas actividades determina, en gran parte, el futuro de la empresa. Es una gran responsabilidad.

Por definición estas tres actividades lidian con el futuro. Mejor bien dicho, lidian con lo que la persona pronosticando cree que va a pasar en el futuro. Mientras más grande y compleja es la empresa la cantidad de variables que afectan su futuro es más grande y la incertidumbre es cada vez mayor.

Esta no es una tarea fácil. El volumen de información que hay que analizar y la gran cantidad de opciones que están disponibles en cualquier momento dado es abrumadora. Pero todo esto se puede manejar. El verdadero reto no está acá.

El gran problema cuando un director o gerente está proyectando, estimando o decidiendo es la disonancia cognitiva que se da entre lo que quiere que suceda y lo que la data que tiene a su disposición le está diciendo. Todo proceso de planeación a futuro se construye sobre la visión deseada del futuro de la persona que está planeando. Si no se tiene cuidado esta disonancia distorsionará todo el proceso y por ende las proyecciones, estimaciones y decisiones que se tomen estarán sesgadas hacia lo que se quiere que ocurra. Mucha de la información relevante que está a plena vista será vilmente ignorada.

Así que la próxima vez que estén haciendo un presupuesto, proyectando ventas o tomando decisiones estratégicas pregúntense: Esto que estoy proponiendo, ¿es lo que la data y la evidencia sugieren que puede pasar o es lo que yo quisiera que pasara en base a lo que quiero?

El maestro que no falla

No hay mejor maestro que la cruda realidad. Sin importar cómo se le quiera llamar, consecuencias o experiencia, afrontar los efectos directos de nuestras acciones es lo único que nos cambia de verdad. Comprender claramente cómo, lo que hicimos llevó la situación a donde ahora está, es la única manera de realmente aprender.

Nos es lo mismo que le diga yo a un niño “si comes muchos dulces te vas a enfermar” que dejarle comer hasta que se sienta mal. El malestar y la identificación de la causa / efecto de lo que hizo con como se está sintiendo será una mucho mejor lección que cualquier advertencia que se le pueda dar.

Sí, aprender a veces duele y muchas veces quisiéramos evitarle el dolor a los demás. ¿Pero qué pasa si por evitarle el dolor de fallar a alguien lo que estamos haciendo realmente es quitarle la oportunidad de aprender? ¿Será posible que lo único que estamos haciendo al protegerle es privarle de crecer?

La realidad es el maestro que no falla. Si me quemo con la hornilla caliente una vez, difícilmente la volveré a tocar después. A veces nos tenemos que quemar un dedo para después no morir en una llamarada que nosotros mismos decidimos prender.

La realidad a veces duele pero siempre enseña. Evitarle el dolor del contacto con la realidad a alguien es lo mismo que quitarle la oportunidad de aprender, incluso cuando se trata de nosotros mismos.

Mi realidad nunca es la tuya

¡Qué pérdidas nos podemos dar en nuestra propia manera de ver el mundo! Confundimos nuestros pensamientos con la realidad y negamos cualquier posibilidad de que los demás operen de una manera distinta a la nuestra. Cuando no estamos conscientes de esto —como a menudo me pasa a mí— cometemos los más grandes errores de nuestras vidas.

Hace una semana estaba coordinando el pago para una persona en el interior del país. Durante todo el proceso, a pesar de tener muy claras las circunstancias de la persona (no está bancarizada), yo estaba planeando el pago sobre el supuesto de que la persona podría instantáneamente recibir un transferencia electrónica en cualquier momento. Mi plan estaba muy lejos de la realidad de esta persona porque yo estaba operando desde mi propia realidad.

Cuando llegó el momento de pagar, la realidad de la situación me pegó como una lluvia de ladrillos sobre la cabeza. Recibí una sorpresa monumental acerca de algo que ya sabía y que debiera haber tenido presente todo el tiempo.

Los siguientes dos a tres minutos se desenvolvieron lentamente. Creo que fue por la intensa actividad de mi mente que buscaba alguna manera racional de explicar cómo había podido pasar tal debacle. Después de días de reflexión, la respuesta finalmente llegó: mi realidad nunca es la tuya.

¡Feliz Navidad!