8 horas sin electricidad

La tormenta llegó sin previo aviso. De pronto el cielo se tornó negro y el viento empezó a soplar. La temperatura bajó de golpe y el agua empezó a azotar las ventanas.

La repentina obscuridad que llegó con las nubes empezó a ser penetrada por ráfagas de luz. Había una tormenta eléctrica justo encima de nosotros. Y entonces ocurrió. Otra ráfaga de luz acompañada por un ensordecedor estruendo estremeció toda la casa. Un rayó cayo a no más de 500 metros de donde estábamos. Había llegado el apagón.

No sé si sea por tantas experiencias que tuve de niño pero por alguna razón pude reconocer, al instante que escuché el rayo, que el apagón iba a ser largo. 8 horas después estaría confirmando mis sospechas.

La tarde transcurrió y a diferencia de los gatos que viven en la casa, que ni cuenta se dieron que no había electricidad, nosotros nos tuvimos que acoplar. Tuvimos que cambiar nuestra rutina y buscar otras cosas que hacer —que dependientes nos hemos vuelto del Internet!

Nos volteamos hacia varios juegos de mesa que tenían algunos meses de polvo pero estaban listos, como siempre, para la acción. El tiempo transcurrió y de ser dos en la casa pronto pasamos a ser tres. Qué felicidad!

La tormenta se fue tan rápido como llegó pero la falta de electricidad no nos dejaba olvidar el rayó que horas antes apagó todos los grandes logros del mundo moderno pero que nos volvió a conectar.

Fueron 8 horas diferentes, agradables. Qué poco necesitamos para pasarla bien! Fueron 8 horas que nos dejaron recordar que todo el tiempo tenemos lo que mas queremos cerca de nosotros. Nos tenemos a los tres.

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