Saber esperar

Estos últimos días como que he estado obsesionado con el tema de cuándo actuar y cuándo esperar. Hoy particularmente he estado pensando en lo importante que es saber esperar.

Esperar algo por definición implica que no hay nada que se pueda hacer para traer ese algo al presente. La única opción para tenerlo que existe, valga la redundancia, es esperar, dejar que el futuro llegue a su ritmo natural. Si estamos esperando es porque la llegada de algo está totalmente fuera de nuestro control.

Es este “fuera de nuestro control” es lo que usualmente genera la ansiedad. Nos cuesta mucho estar tranquilos con algo sobre lo que no podemos ejercer control. Cuando estamos esperando lo único que podemos controlar son nuestros propios pensamientos acerca del futuro (cómo será aquello que estamos esperando que suceda.)

Saber esperar es saber darle su tiempo al tiempo. Es dejar de querer que el futuro llegue ya. Es dejar de imaginarnos como irán a ser las cosas sin tener certeza de qué es lo que realmente pasará. Saber esperar es poder vivir tranquilos hoy sin comprometer un futuro mejor.

No es lo mismo verla venir que bailar con ella

Aunque no me lo crean, estoy viendo un juego de los Chicago Cubs. En este momento estoy muy consciente de lo fuerte que es el impulso de decirle a los jugadores lo que deberían hacer o reprocharles por algo que hicieron mal. Sin duda alguna, es más fácil ver que hacer.

La tendencia a evaluar el desempeño de alguien más sin siquiera considerar las dificultades o circunstancias particulares que está experimentando es fuerte. Es tan fácil juzgar a la distancia.

Y como que si la emisión de estos juicios no fuera suficiente, muchas veces también tenemos el descaro de comentarle al mundo como nosotros lo hubiéramos hecho mucho mejor. No es lo mismo verla venir que bailar con ella.

Esperar por miedo

Hace una semana estaba reflexionando sobre la importancia de actuar hasta después de haber reflexionado y el daño que causa movernos inmediatamente sin antes pensar. Pueden leer sobre eso aquí. Sigo firme sobre lo que escribí pero hoy quiero complementar esa idea con algo que entró en mi cabeza mientras estaba meditando.

En medio de mi meditación de hoy empecé a ver imágenes de cuando era niño. Eran recuerdos. No puedo haber tenido más de unos diez u once años. Recordé estar sentado por horas en la puerta afuera del cuarto de mis papás. Esperando. Esperando tener el valor de entrar a preguntar para pedir algún permiso o comentar sobre algo que había pasado. No sé en realidad cuanto tiempo pasaba sentado esperando pero tengo muy viva en mi memoria la sensación de que eran horas las que pasaban. No me podía mover o entrar hasta que el miedo bajara un poco. Si el miedo era intenso, entonces no podía actuar.

Recordar tan intensamente estos recuerdos hoy me ayudó mucho. Me ayudó a ver que el miedo que le tenía a mis papás de alguna manera me condicionó a buscar postergar mis acciones y decisiones cuando me siento inseguro. Ahora puedo ver claramente lo mucho que retraso las cosas más importante en mi vida cuando tengo miedo. Mi respuesta por omisión ante el miedo es esperar todo lo que pueda hasta sentirme lo suficientemente fuerte para actuar. Esto a veces me detiene por meses a la vez.

Como ya lo dije al empezar hoy, me mantengo firme: actuar sin antes pensar es algo contraproducente. Pero también es contraproducente paralizarse en los momentos en que se requiere ser decisivos y actuar. Una vez que se tiene claro cuál es el siguiente paso no tiene sentido sentarse afuera del cuarto de tus papás a esperar que el miedo pase antes de actuar.

La vida no es corta

Nadie sabe cuánto tiempo tendrá en este planeta. Pueden ser solo segundos o más de 100 años lo que estemos por acá. Si hay algo que es imposible de predecir es precisamente esto: cuánto tiempo va una persona a vivir.

Es común escuchar el consejo que nos dice que debemos aprovechar nuestro tiempo porque “la vida es corta”. Esto no es cierto. La vida no es corta. Lo que pasa es que demasiadas personas desperdician una gran parte de ella.

Hay personas que pasan solo 14 ó 15 años vivos y construyen vidas trascendentales que cambian el mundo para siempre. Hacen todo lo que sueñan y más. Me resulta difícil creer que las vidas de estas personas sean cortas. Aprovechan cada segundo que tienen a su disposición antes de expirar.

Y también hay personas que viven más de 80 años y deciden ver cómo las agujas del reloj dan vueltas y vueltas sin hacer mucho más que eso con su tiempo disponible. Creo que estas vidas tampoco son cortas. Simplemente son vidas que se han desperdiciado.

Todos estamos acá por alguna razón pero ninguno sabe cuánto tiempo tendrá disponible lograr su misión. Lo único que podemos hacer es dar lo mejor que tenemos en cada momento para que cuando suene la campana, sin importar cuántos años tengamos, nadie pueda decir que nuestra vida fue corta o insignificante.

Aceptar el cambio

La vida cambia y nosotros cambiamos con ella. Los niños crecen y, mientras algunas personas mueren, otras nacen. Nada permanece igual, ni siquiera por un solo día. Y aún así, nos cuesta tanto aceptar el cambio. Vaya que nos gusta pelear.

Pareciera ser que hay algo en nuestro ser que está adicto a la ilusión de certeza y permanencia que nuestro cerebro perpetuamente crea una y otra vez. Estamos tan metidos en esta falsa narrativa que incluso cuando todo cambia cada uno de nosotros sigue luchando por seguir encadenado a sus antiguas maneras de ser. Es como que si el dolor más grande que pudiéramos experimentar es aceptar que todo cambia. Esta no es la manera más sana de vivir.

Todos tenemos nuestras propias estrategias para no lidiar con el cambio, siendo la menos utilizada de ellas, aceptarlo abiertamente. Todas estas estrategias son, de una manera u otra, una negación de la realidad. Seguirlas utilizando es querer pelear contra una fuerza inevitable que siempre nos ganará. No tiene sentido pelear contra aquello que nadie puede derrotar.

Si algo ya cambió, la mejor manera de manejarlo es cambiando nosotros también. Lidiar con algo que ya cambió queriendo seguir siendo iguales es como querer usar los zapatos que usábamos cuando teníamos un año. Nosotros cambiamos, los zapatos siguen iguales. Cuando una parte cambia y la otra no, se pierde la magia de la interdependencia y la resistencia destruye cualquier oportunidad de harmonía y crecimiento.

El cambio no es para nada malo. Es más, es la naturaleza del mundo en que vivimos. Nosotros mismos también cambiamos todo el tiempo. No conozco a nadie que siga siendo la misma persona que era hace 5 años. Nuestras ideas y manera de ver el mundo cambian. Nuestras destrezas se multiplican y con el tiempo ganamos mucha experiencia. Lo queramos o no, siempre estamos en constante movimiento. La pregunta es, ¿Queremos dejarnos llevar o queremos que nos arrastren?

Todo lo que tenemos que hacer para llevar nuestras vidas al siguiente nivel es dejar de pelear y aceptar el cambio.

Almacenaje digital

La civilización humana ha documentado durante milenios su historia. Se podría decir que la gran mayoría de este registro se a capturado en medios análogos, es decir en artefactos físicos como libros, papel, paredes de cuevas, etc.

Esto ha cambiado considerablemente en los últimos 30 años. El acceso a el almacenaje digital ha cambiado la manera en que guardamos y compartimos la información. Ya sea a nivel personal o global, la facilidad con que ahora podemos registrar nuestra historia es impresionante. Dos clicks y listo. También, la precisión con que podemos documentar y almacenar cualquier cosa que queramos hubiera sido ciencia ficción tan solo 5 años atrás. No podemos olvidar que todo esto se puede hacer con costos prácticamente nulos.

No puedo dejar de pensar en los esfuerzos sobrehumanos que se hicieron para construir la Biblioteca de Alejandría y todo lo que la humanidad perdió cuando fue destruida. Esperemos que esto nunca más vuelva a pasar. No lo creo.

El almacenaje digital ha llegado y con ello la capacidad de guardar hasta el mas mínimo detalle de toda la información que queramos preservar o compartir. Ya no existe límite alguno más allá de la data que como civilización queramos generar.

Tendencias

Las pequeñas acciones que tomamos todos los días nos mueven, poco a poco, en una dirección determinada. Si hay constancia en estas acciones, ya sean buenas o malas, muy pronto empezaremos a ver tendencias de hacia dónde vamos. Poder identificar estas tendencias temprano ayuda a corregir o reforzar el rumbo en el que vamos.

Podemos considerar una tendencia como buena cuando esta se va acercando a lo que queremos. Por el contrario, si la tendencia se va a alejando de nuestro objetivo decimos que la tendencia es mala.

Como podemos ver, para que podamos identificar una tendencia como buena o mala se necesita de una línea base u objetivo contra que compararla. Si no hay un punto de referencia, la tendencia existe pero para el observador esta será una tendencia totalmente irrelevante. No estará interesado en cambiarla en una u otra dirección.

Consideremos el ejemplo de una persona que se pesa todos los días. Al tener los datos diarios de su peso de unas tres semanas completas ya podrá identificar si su tendencia es hacia subir o bajar de peso. La categorización de la tendencia como buena o mala dependerá de la línea base de la persona (quiere subir o bajar de peso). Mientras antes pueda identificar la tendencia respecto a su peso y compararla contra su objetivo, antes podrá cambiar su estilo de vida para corregir rumbo de acuerdo a lo que busca.

En resumen, las tendencias no son más que patrones que permiten identificar hacia dónde va algo. Ese algo puede ir acercando o alejando de lo que queremos.

Primero es importante saber hacia donde queremos ir y luego es vital que si algo no va en la dirección que queremos que estemos dispuestos a hacer lo que haga falta para darle la vuelta lo antes posible.

Este momento

Es extraño como el corazón puede estar inundado de luz en medio de absoluta obscuridad. Todo lo que hace falta es el sonido familiar de mi respiración para poder centrarme y disfrutar plenamente de este momento.

Ya es tarde y el silencio impenetrable me invita a regresar del futuro. Lo ojos están cansados y me suplican no volver a viajar al pasado. Lo que trato de decir es qué tanto la obscuridad como el silencio quieren que no me pierda de este preciso momento. Los voy a escuchar.

No importa qué tan larga sea nuestra vida, lo único que tenemos es este preciso momento. ¿De qué sirve vivir una larga vida si no nos detenemos a vivirla? ¿Acaso una larga vida no es solo la sucesión de un momento tras otro? Y entonces, ¿Es una vida realmente larga si todos sus momentos pasan desapercibidos? Si en este instante no estamos presentes en el momento, lo mismo daría que alguien hubiera ya enterrado nuestros huesos.

La muerte nos une

Hoy tuve la oportunidad de donar sangre. Siempre que uno está en esas vueltas es porque hay algún problema de salud serio. Los problemas serios de salud siempre deambulan en la vecindad de la muerte. Y eso me puso a pensar.

Durante el tiempo que estuve hoy en el banco de sangre vi todo tipo de personas donando algo mu preciado, su misma sangre. Sin importar condición social, género o creencias religiosas todos estábamos ahí por una misma razón: prolongar la vida de alguien más.

Un alto porcentaje de las donaciones que pude identificar venían de personas conocidas del “paciente”. Pero esto no necesariamente tiene que ser así. Todo lo que se necesita es que la sangre sea compatible. Todas las diferencias a las que tanta atención le prestamos todos los días desaparecen cuando la muerte está a la vuelta de la esquina esperando asechar.

Creo que esto es así porque todos sabemos que tarde o temprano el momento de morir nos llegará y no hay nada que podamos hacer al respecto. Es algo que todos compartimos y cuando por una situación como donar sangre lo recordamos nos sentimos más cerca los unos de los otros. Sin duda alguna, la muerte nos une.

El mundo está listo para sorprendernos

Muchos de nosotros creemos que lo que pasará en el futuro caerá dentro de los límites de lo que previamente ha sucedido. En otras palabras, primero evaluamos lo que ha ocurrido anteriormente y luego asumimos que el futuro estará dentro de los límites ya establecidos de la historia registrada.

Por ejemplo, al momento de construir un edifico antisísmico este se construye para resistir hasta la magnitud de el terremoto más fuerte que se haya registrado. Cuando se evalúa en dónde se puede hacer un asentamiento en la orilla de un río, lo que se toma en cuenta es el nivel más alto al que el río ha llegado históricamente.

En dos platos, cuando pensamos en el futuro estamos limitados por los eventos históricos que conocemos. Nos cuesta mucho pensar más allá de lo que hemos visto pasar. Y esto es un problema. El rendimiento pasado no es un claro indicativo del rendimiento futuro.

El mundo está listo para sorprendernos y la probabilidad de que hayan eventos de magnitudes nunca antes vistas es gigante. No se necesita de mucho para cambiar el curso de la humanidad. Si evaluamos la historia del Siglo XX podemos fácilmente identificar unos pocos eventos (6) que cambiaron el rumbo de la historia humana en una escala que nunca antes se había visto:

  • La segunda guerra mundial
  • La gran depresión
  • La invención de los antibióticos
  • El Internet
  • Las vacunas
  • La caída de la Unión Soviética

De igual manera, durante el Siglo XIX y el Siglo XX nacieron aproximadamente 15 billones de personas. Sin embargo, gran parte de la dirección de el mundo durante este tiempo se puede atribuir a solo unas cuantas (8) personas:

  • Hitler
  • Stalin
  • Mao
  • Edison
  • Martin Luther King Jr
  • Bill Gates
  • Steve Jobs
  • Tim Berners Lee

¿Qué tan fácil es para el mundo sorprendernos con un evento de una magnitud que nunca antes habíamos visto? Bueno, para entenderlo solo pensamos en cómo hubiera sido el Siglo XX si los papás de Hitler se hubieran peleado en la noche que lo concibieron.

Las sorpresas vendrán. Y vendrán en un escala que no nos podemos imaginar. ¿Le suena eso del COVID a alguien? El futuro es incierto y debemos estar ok con eso. También debemos aceptar que será muy diferente a lo que ahora conocemos.

Al momento de planear, mejor prepararnos para la grandes sorpresas que sin duda alguna vendrán.

Atribución: La idea original aparece en el libro The Psychology of Money de Morgan Housel.