Desde ya hace casi dos años he estado escribiendo todos los días. Hay unos días en que las ideas vienen fácil, en otros, no tanto. A estas alturas ya empecé a distinguir un patrón. Que me cueste escribir quiere decir algo acerca de la calidad de día que tuve.
Ya que no tengo una agenda editorial ni estoy predispuesto a escribir sobre algo en particular, decido sobre qué voy a escribir hasta que me siento enfrente de la computadora. Mi proceso es muy orgánico.
Lo que este proceso me ha ayudado a notar es qué en los días que aprendo algo interesante, hago algo de consecuencia o experimento un evento que me impresiona, las ideas vienen fácilmente. Cuando el día es interesante o productivo, escribir es fácil. En los días “aburridos”, escribir es un parto.
Por esto es que he empezado a evaluar mis últimas 24 horas en aquellos días en los que paso 25 minutos y no encuentro sobre qué escribir. Es cierto, algunas veces esto me ocurre por puro cansancio pero la gran mayoría de veces es porque pasé el día en blanco. O no estuve presente o no hubo mayor actividad relevante en mi día.
Creo que todos debiéramos tener una buena historia que contar al final de cada día. Sino, probablemente el día no fue todo lo que pudo ser. Nos quedamos cortos. O tuvimos un día de impacto y simplemente no estuvimos atentos a lo que pasó a nuestro alrededor o, decidimos no hacer nada grandioso con el tiempo que se nos ha regalado. Cualquiera de estos dos escenarios no es para nada bueno.
Sí, cuando me cuesta escribir, más de algo le hizo falta a mi día. No quiero seguir teniendo muchos días así.