Estoy cansado y ya la obscuridad me invita una vez más a volar a la tierra del más allá. El silencio, que en otra etapa de mi vida pudiera haber sido un terrible castigo, hoy es tan bienvenido como la visita de un buen amigo que te viene a consolar.
Muchas veces se dice que ya es hora de dormir cuando el reloj tiene sus manecillas en una determinada posición. Casi que son palabras que se invocan por costumbre o por cumplir con una rutina que Dios sabe quién inventó.
Pero este no es el caso de hoy. Ya es hora de dormir. No por la hora que es o por qué alguien más lo esté diciendo. Es hora de dormir por qué los ojos se cierran y los pensamientos son pesados. Hay muy pocos momentos en la vida cuando el cuerpo, alma y mente se ponen de acuerdo en querer la misma cosa. Justo ahora es un momento de esos, los tres quieren descansar.
Lo último que escucho es el viento sonar afuera de mi ventana. La tensión desaparece de cada una de las fibras de mi cuerpo y con un ligero suspiro entro a otro mundo en donde el tiempo no existe y el cuerpo y alma se empiezan a regenerar. Es hora de dormir.