“El verdadero valor de la honestidad está en ser una persona honesta. Eso nunca se lo podemos dar a otra persona que no sea nosotros mismos.”
La semana pasada dejé olvidado mi maletín y mis zapatos de softball en el campo. Adentro del maletín estaban dos guantes, un bate, unas guanteletas y varias pelotas. En fin, todo el equipo que uso para jugar estaba ahí.
Me di cuenta de que lo había olvidado hasta el día siguiente. En el momento que me di cuenta que lo había perdido empecé a preguntar si alguien lo había visto. Nada. Fui al campo para hablar con los guardianes. Nada. En ese momento lo di por perdido.
Aún seguía con la esperanza de que alguien hubiera guardado mis cosas. La esperanza poco a poco se fue apagando conforme fui hablando con mas y mas personas que me daban de una manera u otra el mismo mensaje: “olvídate, alguien se las llevó y ahorita ya seguro hasta las vendieron”. Me empecé a resignar.
Un par de horas después recibí un mensaje de una amiga diciéndome que tenía noticias de que la señora de la tienda del campo había visto mis cosas y que las había guardado. Me dio su teléfono, le llamé y acordé con ella pasar a traerlas por la tarde.
En este momento sentí mucho alivio y agradecimiento. Y al mismo tiempo empecé a sentir una fuerte sensación de deuda hacia la otra persona. Me empecé a preguntar cual debiese ser la recompensa adecuada que debía pagar por mis cosas. ¿Cuanto dinero es suficiente? Estaba sintiendo una fuerte deuda hacia la otra persona. Ojo! creo que sentirse en deuda no debiera ser lo mismo que sentirse agradecido.
Y así empezó a crecer mi confusión. Nacieron preguntas como:
- si estoy agradecido, ¿por qué me siento en deuda?
- ¿Acaso las personas solo queremos hacer lo correcto cuando hay una recompensa adicional que podemos recibir? Y de ser así, ¿no es el valor de hacer algo honesto y correcto su propia recompensa?
Realmente estaba bastante confundido y sentía fuertemente la necesidad de darle algo a la persona a cambio de haber guardado mis cosas. Lo empecé a hablar con varios amigos. Uno de ellos (@manuelcordon) me ayudó a esclarecer la situación con el siguiente experimento mental:
Si te imaginas que estás en la playa y estás viendo un maravilloso atardecer. Y el atardecer es espectacular y no pudieras pedir mas. Y luego al día siguiente estás en la misma playa, frente a otro increíble atardecer y ahora tienes un puro. Y tu experiencia sigue siendo espectacular. Al tercer día piensas en que sería genial tomar un Whiskey para acompañar el puro y tu contemplación de aún otro maravilloso atardecer. Así que ahí estás con un magnifico atardecer, tu puro y el mejor Whiskey del mundo. Nada te hace falta.
Al cuarto día estás frente al mejor de todos los atardeceres pero no tienes ni el puro ni el Whiskey. Estás sentado frente a esta obra de arte de la naturaleza y solo estás pensando: “Que desgracia, ¿donde jodidos están mi puro y mi Whiskey?
En mi historia de los zapatos y el maletín, la honestidad es el atardecer y cualquier recompensa en la que yo pudiera pensar darle a la señora serían el Whiskey o el puro.
Me puedo imaginar a la señora en una futura situación en la que volviese a hacer lo mismo y no recibiera nada externo a cambio de su honestidad, sintiéndose molesta por no recibir una recompensa por haber hecho un genuino acto de bondad. ¿Donde jodidos está mi Whiskey? Nunca quisiera causarle eso a nadie.
Al comprender que la recompensa de ser honesto es la misma honestidad, decidí que la mejor recompensa que le podía dar a esta persona era dejarla disfrutar su integridad por lo que es. Nada mas, nada menos.
Así que creo que no debemos premiar la honestidad. Es mas, creo que no podemos premiar la honestidad porque el verdadero valor de la honestidad está en ser una persona honesta. Eso nunca se lo podemos dar a otra persona que no sea nosotros mismos.