Recorrer viejos caminos

El inexorable paso del tiempo no se puede detener. Los años no pasan en vano. Cuando unas cuantas vueltas al sol han quedado atrás, algunos viejos caminos se dejan de recorrer.

Ah, pero aunque un camino quede atrás, si sus senderos son dulces, la memoria nunca lo olvidará. Puede ser que los cambios en circunstancias de vida y nuevas prioridades creen un desvío temporal pero el anhelo de regresar siempre arde en el corazón.

Recorrer de nuevo un viejo camino es volver a nacer. Una vez que se da ese primer paso que nos transporta a otros tiempos, a otros lugares, el deseo de vivir regresa en fracciones de segundo. Las sensaciones de estar de nuevo en un lugar tan familiar son a veces más intensas que las que se sintieron la primera vez que en ese camino se empezó a caminar.

Largos años pueden pasar entre recorridos pero no hay suficiente tiempo que haga que un camino tan especial se pueda olvidar. Tarde o temprano, lo que es vuelve y los sentidos vuelven a despertar. La emoción se vuelve a apoderar del ser y el propósito se hace presente.

Recorrer viejos caminos sin duda alguna, es algo muy especial.

De una manera u otra, todos estamos relacionados

Hay eventos que ocurren en la distancia. La distancia puede ser geográfica o temporal. Es decir, estos eventos ocurren ya sea fisicamente lejos de donde estamos o en tiempos lejanos al que ahora estamos viviendo.

Es tan, pero tan difícil relacionarse con todos estos eventos que ocurren lejos. La experiencia de ver que están asaltando a alguien a nuestro lado es muy distinta a la que tenemos cuando vemos la historia de un robo en otro país en algún noticiero internacional.

Esa diferencia en cómo nos relacionamos con los eventos “distantes” nos lleva a caer en una horrible trampa. Porque la afectación emocional que tenemos ante ellos es menor, por alguna razón creemos que estos eventos no nos afectan. Que no tenemos nada que ver con ellos. Que no nos debemos involucrar. Nada está más lejos de la verdad.

De una manera u otra todo lo que pasa en el mundo nos afecta. Y al menos por esto nos debiera importar. Ninguno de nosotros es un ser independiente. Todos estamos conectados.

Conozco a muy pocas personas que hoy se despertaron y desayunaron comida que ellos mismos produjeron. No conozco a nadie que haya hecho su propio carro o computadora. Necesitamos a los demás.

Creo que si la tragedia que nos tocó vivir en estos dos últimos años no nos enseño esta lección de interdependencia nada nos la podrá enseñar.

De una manera u otra, todos estamos relacionados. Comportemonos como tal.

Alguien con quien hablar, alguien que sepa escuchar

Todos necesitamos a alguien con quien hablar. Un amigo, un familiar, alguien en quien confiar. “Somos animales sociales”, afirmó Aristóteles hace miles de años. Es por esto que todos tarde o temprano buscamos a alguien con quien hablar.

Pero por cada persona que habla se necesita otra que sepa escuchar. Nadie gana nada al hablar si no se siente escuchado. Si tener a alguien con quién hablar es una necesidad, saber escuchar es una habilidad que todos van a apreciar.

Hablar, y por qué no decirlo, a veces hasta ponernos a gritar se siente bien. Todo esto en el nombre de sentirnos escuchados. Tener alguien con quién hablar es algo que se siente tan bien. Pero una vez más, para sentirnos escuchados, tiene que haber alguien del otro lado que sepa escuchar.

Tal vez es momento que unos cuantos más de nosotros dejemos esta necesidad de estar hablando y hablando y nos tomemos un breve instante para aprender a escuchar.

Cerca de perder algo muy importante (Opening Day 2022)

El beisbol es una de las cosas más importante en mi vida. Por alguna razón, desde pequeño, ha sido el deporte que más me ha llenado. Lo he jugado desde los 10 años y ahora mi hijo también lo juega. Él empezó a los 2 años. La cosa es que no solo practicamos el deporte, también lo vemos —todos los días durante la temporada. Y esa tradición está en riesgo hoy.

Aquellos de ustedes que siguen el deporte saben que en este momento hay un disputa laboral entre la liga (MLB) y la asociación de jugadores (MLBPA). No quiero entrar en detalles de qué es lo que están disputando.

El contrato colectivo que rige las finanzas y las reglas del juego expiró en diciembre. Al día de hoy los lados no se han podido poner de acuerdo en los términos de un nuevo convenio. Estamos a una hora de que empiecen a cancelar los partidos de la temporada que se supone que arrancaría el 31 de Marzo.

¿En qué momento se convierte un juego lleno de tanta pasión en una batalla campal por dinero? ¿En qué momento se pone en juego la felicidad que tantos millones de personas obtenemos de este bello deporte por querer sostener el ego de unos cuantos? No tengo respuesta a estas preguntas.

Con esto no quiero decir que la MLB o la MLBPA debieran jugar el rol de ser una caridad. Tan solo estoy diciendo que ambos lados, particularmente la liga, tienen amplio rango para hacer concesiones en la negociación.

Si no se ponen de acuerdo tan solo espero que ninguno de los dos lados culpe al otro y todos los involucrados asuman su responsabilidad de destruir algo tan valioso que se podía rescatar.

Acá seguimos esperando una buena noticia que sabemos que algún día llegará.

El vacío de no saber qué hacer

Cada vez que se hace algo nuevo, no sé sabe qué hacer. Todas las situaciones que se afrontan por primera vez dejan un vacío en el estómago, precisamente porque no sabemos qué hacer.

Es algo contra intuitivo, ¿no? ¿Por qué debiéramos saber hacer algo que nunca antes hemos hecho? No tiene sentido alguno. Pero aún así nos petrificamos y sentimos ese vacío cuando no sabemos qué hacer. La vergüenza que sentimos es casi infinita.

Sí, ese vacío se siente incómodo y es algo que a nadie le gusta sentir. Pero ese no es el verdadero problema. El problema es que ese maldito vacío no nos deja pensar. Nos congela y no nos deja aprender de la situación que tanto nos quiere enseñar. Si tan solo pudiéramos actuar a pesar de el vacío, ¿cuánto más pudiéramos aprender?

Sólo hay dos formas de salir de este predicamento. Una es aprender a dominar las sensaciones incómodas del cuerpo y seguir adelante sin importar qué tan incómoda sea la sensación de vacío. La otra es desconectar de fondo la falsa creencia de que no saber qué hacer es algo malo. Que cuando no sabemos qué hacer nos debemos avergonzar.

No cabe duda alguna de que esta segunda estrategia es la más efectiva y a la que todos debemos aspirar.

Decisiones imposibles (un minuto para desearle lo mejor a las personas en Ucrania)

En este preciso instante, en ambos lados de la frontera entre Ucrania y Rusia, hay niños, mujeres y hombres teniendo que tomar decisiones imposibles.

Hay familias que están teniendo que decidir entre permanecer unidas o buscar alguna otra opción para seguir con vida. Hay padres de familia teniendo que decidir entre dejar ir a sus hijos pequeñitos o arriesgar verlos morir a su lado. Hay hombres y mujeres decidiendo entre quedarse para luchar por su nación o dejar sus hogares para más nunca volver.

Al mismo tiempo hay soldados muy jóvenes que están decidiendo entre cumplir las órdenes que han sido su única razón de ser desde que nacieron o dejar a personas inocentes vivir. Hay miles de personas, justo ahora, decidiendo entre entregarse a sus miedos o morir por hacer lo correcto. Hay miles de ciudadanos rusos decidiendo entre arriesgar ir a la cárcel y, probablemente morir, o alzar su voz por lo que creen que es correcto.

Todas estas son decisiones imposibles que ningún ser humano jamás debiera tener que tomar. Ante mis ojos estas son situaciones que nunca tendrían ocurrir en este planeta y para serles muy franco, no las puedo entender. Pero la realidad es que él que yo no las pueda entender, no las hará desaparecer.

Estoy triste, muy triste. Me siento impotente y no sé qué hacer. Tengo muchas ganas de que todo esto se detuviera por tan solo instante y que alguien me despertará diciéndome que todo está bien y que solo tuve un mal sueño. Esto no va a suceder.

Para mí es extraño que la reacción que estoy teniendo a lo que veo que está ocurriendo al otro lado del mundo por Twitter sea tan fuerte. Me está afectando bastante. Aunque me duele mucho, al mismo tiempo, hay algo en mí que agradece esta conexión que por primera vez estoy logrando tener con personas que no conozco y que la están pasando mal, muy mal.

Las decisiones imposibles debieran ser solo eso, imposibilidades de este mundo que no debieran existir. Lastimosamente en este momento para miles, sino es qué millones de personas, tenerlas que tomar es la dura realidad.

Tomemonos un momento para desearles lo mejor.

Un guatemalteco que me inspiró: sabias palabras

Recién estaba regresando de correr y una persona, de esas que muchas veces pasan desapercibidas, como fantasmas, captó mi atención. Esta vez no seguí de largo. Me detuve unos momentos a platicar con él. Los siguientes minutos cambiaron mi vida.

Su nombre es Florencio y tiene un trabajo fisicamente demandante. Su horario es extenso y muchas veces trabaja hasta el fin de semana. De lo poco que pudimos platicar percibí que Florencio es una persona muy feliz y pude ver en sus ojos cansados una dignidad que muy pocos seres humanos llegan a tener.

Lo que este hombre, de unos cincuenta y cinco años de edad, actualmente hace para sostener a su familia es cargar garrafones de agua (cada uno pesa 44 libras – 20KG) para entregarlos a domicilio. Esta pesada tarea la hace a diario, con la fuerza y elegancia de un Hércules moderno.

No tuve más de 4 ó 5 minutos para hablar con él. Me presenté y su respuesta inmediata fue cordial y muy servicial. Estaba muy interesado en saber cómo me podía ayudar. Le conté sobre este blog y que quisiera, si no retrasaba mucho su trabajo, saber un poco más de él para poder escribir este post.

Sin dudarlo me dijo que sí y empezamos a conversar. Con muy pocas palabras me transmitió el orgullo que siente en “poder traerle agua a las personas de la colonia” todos los días. “Es cansado pero mi trabajo me ayuda a hacer ejercicio y a mantener mi cuerpo sano y fuerte”, me dijo.

“Gracias al trabajo que tengo no nos hace falta nada en mi casa”, prosiguió. “Estoy muy agradecido de poder hacer algo importante y honesto que me ayude a cubrir mis gastos.”

En este momento, Florencio estaba interesado en saber qué hago yo. Le conté que tengo y dirijo una empresa de tecnología y que también me gusta mucho escribir. Me preguntó si “eso de escribir” era una trabajo para mí. Le respondí que no y le dije que solo lo hacia como pasa tiempo.

Con un tono muy casual, casi indiferente, me vio a los ojos y me dijo, “¿sabe? No hay nada más bonito que cuando uno trabaja en lo que más le gusta hacer.” Sabias palabras.

Platicamos unos minutos más y luego nos despedimos, espero no para siempre. Él siguió su camino entregando agua, y yo, seguí en el mío, cuestionando si estoy haciendo lo que más felicidad me puede dar.

Gracias por tus sabias palabras Florencio.

Ver más allá

Cada persona con que interactuamos y cada evento que ocurre en nuestras vidas es maravilloso —si tan solo nos detenemos a ver un poco más allá. La falta de inspiración y maravilla en el “día a día” no es nada más que la manifestación de nuestra incapacidad de detenernos y profundizar.

Esa persona que te está atendiendo en el restaurante y aquel vendedor que vez trabajando en la calle esconden una cantidad infinita de magia que te puede inspirar —si tan solo te detienes a ver más allá.

Esa torta de concreto sobre la cual vas caminando y el cielo azul que te rodea desde las alturas son fenomenales, ambos tienen el poder de transportarte a otro mundo —si tan solo te detienes a ver más allá.

Todo, absolutamente todo lo que nos rodea nos puede enseñar a ver cosas que aún no hemos podido ver. Podemos aprender a ver amor en la exigencia y misericordia en la tragedia. Podemos ver riqueza en una persona que está experimentando pobreza económica y amor en los ojos de un ladrón que en determinado momento no supo tomar una mejor decisión. Podemos aprender a ver la sabiduría de la naturaleza en la muerte de un ser querido y la soberbia del humano en una oferta que nos pudiera cambiar la vida para siempre.

El mundo no es cómo lo vemos. El mundo es mucho más hermoso que eso. El mundo es perfecto en todo aspecto y es nuestra falta de percepción lo que no nos deja verlo así.

Este es un buen momento para bajar el teléfono en donde estás leyendo esto o alejarte de tu computador y así poder empezar a ver un poco más allá.

Ahora que te desconectaste, ¿Qué estás viendo que no podías ver hace un instante atrás?

Lo que queremos y lo que quisimos no son la misma cosa

La memoria es corta cuando queremos recordar los eventos que se dieron años atrás, durante nuestra niñez. A la vez, la memoria pareciera ser infinita cuando tratamos de olvidar la programación subconsciente que al día de hoy rige nuestros comportamientos y expectativas.

Los tiempos cambian y las personas también. Todos entendemos esto pero aún así, aunque sabemos que el tiempo nos ha cambiado, podemos pasar décadas aferrados en seguir queriendo las mismas cosas que queríamos años atrás. Esta es una de las más grandes fuentes de descontento que veo en el mundo a mi alrededor.

Todos los días veo personas tratando de forzar su vida para que encaje con la vida que querían diez años atrás —aunque esa ya no es la vida que quieren tener hoy. Una pequeña pausa y un poco de reflexión pueden remediar esta dolorosa situación.

Todos los días aprendemos algo nuevo. En este mundo hiper-conectado descubrimos cosas y conocemos personas nuevas todo el tiempo. Es absurdo pensar que nuestro anhelos y deseos permanecen iguales ante tanta nueva información que se nos hace disponible en cada instante.

Lo que queremos y lo que quisimos no son la misma cosa. Hoy no somos las mismas personas que fuimos ayer. Hemos envejecido, madurado. Vale la pena tomarnos unos minutos para reflexionar sobre qué es lo que realmente queremos hoy y distinguirlo de lo que quisimos ayer.

Hacer este ejercicio e identificar como lo que queremos ha cambiado puede ser una revelación que cambie tu vida para siempre.

Entender qué es lo que quieres en este momento, en base a la persona que eres hoy y no la que eras ayer, es una de las liberaciones más grandes que un ser humano puede llegar a experimentar.

¿A quién vas a contagiar y de qué?

Las enfermedades se contagian fácilmente. Las buenas ideas y mejores practicas no tanto. Los comportamientos destructivos se propagan como incendios forestales mientras que los actos de bondad parecieran estar en cuarentena.

Esto no quiere decir que las cosas buenas no se puedan contagiar. Tan solo requieren de más tiempo y esfuerzo para esparcirse. Construir siempre requiere más esfuerzo y trabajo que destruir. Es como el niño que luego de que sus papás llevan 5 minutos armando cuidadosamente una torre de Legos la destruye en segundos, con inmensa felicidad.

Pareciera ser que es así como estamos programados. Al principio nos cuesta construir pero con un poco de trabajo todos podemos llegar a preferir lo positivo sobre lo negativo.

Cuando un grupo de personas (2 ó más) se une con el propósito de querer construir algo bueno en el mundo el patrón se reversa y las cosas buenas se propagan con más velocidad que el mal. Todo es cuestión de querer dar un buen ejemplo.

Todos nos están viendo todo el tiempo. Cada decisión que tomamos queda registrada en la mente de aquellos que nos rodean. Cada acción que tomamos deja una huella imborrable en la historia del universo. Con esto que estás apunto de hacer, qué vas a contagiar, ¿bien o mal?