Cada uno de nosotros tiene una luz interior que con el paso del tiempo cambia de color. Al cabo de unos cuantos años, la luz interior con que nacemos es irreconocible de la luz que le presentamos a los demás.
Esta luz natural, quien realmente somos, lentamente abre paso a una luz artificial que trata de dar forma a quien creemos que debemos ser para encajar, para pertenecer. Desde que somos muy pequeños aprendemos qué es lo que debemos hacer para conformar con las expectativas de nuestra familia, amigos y sociedad. Cambiamos de color para sentirnos cerca de los demás.
Y así embarcamos nuestro camino por la vida, tratando de iluminar el camino por donde vamos con una luz que está muy lejos de quienes somos en realidad. Una luz que aunque se siente extremadamente natural y propia no es realmente nuestra. Tan solo es la combinación de millones de expectativas ajenas que han dado forma a una falsa identidad que confundimos con nuestra luz interior.
La buena noticia es que nunca nada ni nadie puede extinguir completamente nuestra luz interior. Siempre la podemos recuperar. Todo lo que debemos hacer es ver, escuchar.
Tenemos que estar atentos a todos esos momentos en que sentimos que nos desgarramos por dentro y que nuestra vida se desarma sin piedad. Es en estos momentos que nuestro subconsciente nos está gritando y nos dice que algo no está bien. Que no estamos actuando de acuerdo a quien realmente somos, que estamos lejos de nuestra luz interior.
Si prestamos atención pronto aprenderemos a escuchar y a reconocer nuestra luz interior. Este es el único camino a la verdadera felicidad pues solo es cuando actuamos en sintonía con nuestra luz interior que podemos iluminar nuestro propio corazón.