El acero es capaz de resistir ante grandes fuerzas. Permanece intacto en condiciones extremas. Muchas personas viven así sus vidas. Son inflexibles e incapaces de adaptarse a lo que sucede a su alrededor. No importa cuánta fuerza les aplique su entorno, no se moverán. Les resulta imposible cambiar su forma de pensar. Les cuesta aprender.
Este comportamiento genera mucho dolor y ansiedad en momentos de cambio o transición. Ellos siguen ahí, sin cambiar, hasta que un día se dan cuenta que quienes siguen siendo se ha vuelto irrelevante para el mundo donde les toca vivir.
Lo que nos trajo hasta acá no nos llevará hacia allá. Lo que funcionó en el pasado puede no funcionar en el futuro. Resistirse ante las fuerzas del cambio puede dar una falsa sensación de seguridad, pero seguir siendo el mismo en un entorno totalmente diferente es un riesgo que no se recomienda correr.
Muchas veces la fuerza es debilidad. La verdadera fuerza está en la vulnerabilidad de poder ver hacia adentro y tener la humildad de querer cambiar. La fuerza viene de ver los miedos más profundos que un ser humano puede sentir y caminar hacia ellos con los ojos cerrados confiando en que todo va a salir bien.
El mundo en que vivimos es cambiante por naturaleza. La evolución es real y el que mejor se adapta sobrevive. No tiene mucho sentido vivir rígidos como un pedazo de acero cuando nacimos para ser maleables como el agua.