El cuerpo está tenso. La respiración es agitada, las pupilas están muy dilatadas y el pulso es acelerado. Todos estos son indicadores que apuntan a que la persona puede estar experimentando alguna emoción intensa.
Estos cambios en la fisionomía pueden durar días, semanas y hasta meses antes de que la persona se llegue a dar cuenta que están siendo generados en respuesta a su estado emocional.
Puede ser la falta de conciencia, o el miedo a sentir, en realidad no sabría decir por qué, pero las personas estamos más desconectadas de nuestras emociones que nunca. Claro, la pandemia y el tiempo en casa están retando esta condición.
Llega un momento en el que sin el habitual escape y las distracciones de la acelerada vida que llevábamos no nos queda más remedio que sentarnos, pensar y sentir.
Poco a poco la sensibilidad va regresando y nos vamos familiarizando con ese extraño estado de estar presentes con lo que estamos sintiendo. Al principio puede ser incómodo, en especial si las emociones que se están experimentando son negativas; también la incomodidad puede estar presente con emociones positivas.
Sentir no es malo. Es lo más natural que hay. Y se debe recordar que cada emoción que se experimenta siempre está diciendo algo. Hay que aprender a escuchar y perder al miedo a sentir.
Recuerda, sentir es sentir. No se pueden reprimir las emociones negativas y luego querer vivir plenamente las emociones positivas. No funciona así. Para poder experimentar plenamente las emociones positivas hay que estar dispuestos a sentarse y sentir plenamente las negativas.
Para sentirse realmente vivo el único camino que hay es ser un detector de emociones. Hay que desaprender todo lo que hemos aprendido acerca de protegernos, ser vulnerables y volver a sentir.