Tomar decisiones nos inquieta. Decidir algo, ya sea que comprar, a donde ir o incluso donde parquearnos nos causa una sensación de incomodidad. ¿Alguna vez has llegado a un parqueo vació tan solo para darte cuenta que no sabes en donde te vas a parquear? Incluso hay veces que te parqueas en un lugar, sales y vas a buscar otro y así sucesivamente.
Fiódor Dostoyevsky tiene un pasaje filosófico muy interesante en su libro Los Hermanos Karámazov justo dentro del capítulo del Gran Inquisidor en donde se cuestiona por qué Dios regaló el libre albedrío al hombre si es a lo que más le teme. Es bastante interesante.
La idea es esta. Decidir o tomar un nuevo camino nos es difícil por dos razones principales. Primero, nos podemos equivocar y la sociedad no ve bien el acto de equivocarse. Se ha perdido la línea que divide al individuo de sus resultados. Si nuestros resultados no son los deseados, sentimos que NOSOTROS no somos deseados. Segundo, decidir nos adjudica un cierto grado de responsabilidad. Si yo decidí, soy responsable de la causa en el mundo de la decisión que tomé. Esto tampoco nos gusta.
Con esto dicho, veo que la conclusión inevitable es la pérdida del miedo a la toma de decisiones y a ser agentes de causa en el mundo. Escoger algo siempre será mejor que no escoger nada.
“Aunque estés en el camino correcto, si te quedas sentado, alguien te pasará llevando de largo”.
Anónimo