Esperar por miedo

Hace una semana estaba reflexionando sobre la importancia de actuar hasta después de haber reflexionado y el daño que causa movernos inmediatamente sin antes pensar. Pueden leer sobre eso aquí. Sigo firme sobre lo que escribí pero hoy quiero complementar esa idea con algo que entró en mi cabeza mientras estaba meditando.

En medio de mi meditación de hoy empecé a ver imágenes de cuando era niño. Eran recuerdos. No puedo haber tenido más de unos diez u once años. Recordé estar sentado por horas en la puerta afuera del cuarto de mis papás. Esperando. Esperando tener el valor de entrar a preguntar para pedir algún permiso o comentar sobre algo que había pasado. No sé en realidad cuanto tiempo pasaba sentado esperando pero tengo muy viva en mi memoria la sensación de que eran horas las que pasaban. No me podía mover o entrar hasta que el miedo bajara un poco. Si el miedo era intenso, entonces no podía actuar.

Recordar tan intensamente estos recuerdos hoy me ayudó mucho. Me ayudó a ver que el miedo que le tenía a mis papás de alguna manera me condicionó a buscar postergar mis acciones y decisiones cuando me siento inseguro. Ahora puedo ver claramente lo mucho que retraso las cosas más importante en mi vida cuando tengo miedo. Mi respuesta por omisión ante el miedo es esperar todo lo que pueda hasta sentirme lo suficientemente fuerte para actuar. Esto a veces me detiene por meses a la vez.

Como ya lo dije al empezar hoy, me mantengo firme: actuar sin antes pensar es algo contraproducente. Pero también es contraproducente paralizarse en los momentos en que se requiere ser decisivos y actuar. Una vez que se tiene claro cuál es el siguiente paso no tiene sentido sentarse afuera del cuarto de tus papás a esperar que el miedo pase antes de actuar.

El camino es largo

Cualquier persona que quiera cambiar debe saber que el camino que va a enfrentar es largo, especialmente si los cambios que está buscando hacer son profundos. Cuando lo que se quiere cambiar está muy adentro, el trabajo por hacer es arduo.

Los impulsos a actuar en base a los cimientos de nuestra programación son extremadamente fuertes. No importa cuantas veces nos digamos que vamos a cambiar, si el impulso visceral es demasiado fuerte, volveremos a caer.

Yo mismo he estado ahí, en un torbellino de emociones que nublan el juicio y entorpecen la acción. Se sabe bien qué es lo que viene, el resultado de lo que se está por hacer es obvio, y aún así, el impulso a obedecer nuestra programación es tan fuerte que actuamos en contra de nuestros propios intereses. El camino es largo.

Ninguno de nosotros quiere actuar de una manera que dañe a los demás o que sea contraproducente para su propia vida. Pero aún así lo hacemos. A veces todos los días. Hasta que empezamos a avanzar en el camino nos damos cuenta de qué es lo que estamos haciendo. Hacer que la programación invisible se haga visible es el primer paso en un largo camino.

Creo que hay algo muy noble en querer ser una mejor persona. En querer cambiar la persona que somos por alguien mejor. Es un proceso difícil y a veces muy doloroso. Pero creo que vale la pena. El camino es largo y difícil pero esto no quiere decir que no valga la pena. Claro que lo vale. Liberarnos de las cadenas de nuestros impulsos invisibles es el camino a una vida más sana y racional. El premio al final del camino es tan grande que cuanto haya que caminar para llegar hasta allá realmente no importa.

Pensar afuera de la caja

Esta expresión de pensar fuera de la caja está bastante trillada. Se utiliza para casi cualquier situación que requiere algún cambio. En la mayoría de casos se refiere a encontrar una manera diferente, poco intuitiva de hacer las cosas. Siempre se usa en referencia a tratar de resolver un problema externo. La expresión utilizada de manera tradicional asume que la caja está “allá afuera”.

Pero la caja más grande de todas está adentro de nuestras cabezas. El pensar afuera de esta caja interna es donde están las más grandes oportunidades. Pensar afuera de la caja de nuestra propia programación implica:

  • Cuestionar nuestras creencias más personales que consideramos intocables. Aquellas que cuando alguien cuestiona perdemos el control.
  • Imaginar cómo serían nuestras vidas si aceptáramos que el mundo funciona de una manera distinta a la que nosotros consideramos verdadera. No siempre tenemos la razón.
  • Escuchar a los demás abiertamente para construir una autoimagen más real de nosotros mismos. No somos lo que creemos que somos.
  • Llegar más allá de nuestros miedos más grandes para ver las cosas como son y no verlas de una manera que nos hace sentir seguros. El mundo no es tan amenazador como creemos.
  • Reconocer que la mayoría de nuestras acciones son producto de una programación instalada por nuestras familias y sociedad desde antes de que tuviéramos completo uso de razón. Actuamos de maneras mucho más reactivas de lo que creemos. Nuestra “libertad” de acción es más limitada de lo que creemos.

La caja está adentro de nosotros, no afuera. Si logramos pensar más allá de nuestra propia programación, la cual es invisible, entonces estaremos realmente pensando afuera de la caja.

La inercia de nuestra programación

Desaprender es más difícil que aprender. ¿Cuántos comportamientos tratamos de cambiar pero una y otra vez volvemos a nuestro patrón habitual? El poder de nuestro condicionamiento y programación es más fuerte de lo que quisiéramos creer.

Si siempre te pones el zapato derecho primero, trata ponértelo después de haberte puesto el izquierdo. Si siempre que vez ese número en la pantalla de tu celular te pones ansioso y corres a responder, ahora trata de ignorar la llamada y responder hasta después. Si siempre que hablas con esa persona te pones histérico al escucharle alardear sobre sus logros, ahora trata de genuinamente sentirte orgulloso por lo que en su vida está logrando alcanzar. Presta mucha atención y pronto verás lo fuerte que es tu programación. De hecho, al inicio la mayoría de veces ni siquiera estarás al tanto de que estás reaccionando a lo que está sucediendo a tu alrededor.

Es importante reconocer que nuestras reacciones a todos estos eventos no tienen nada que ver con qué zapato está más cerca, con quién nos está llamando o que la persona con que estamos hablando sea extremadamente arrogante. Cada una de nuestras reacciones a estás situaciones está fuertemente codificada en nuestro condicionamiento y programación. De no ser así, todas las personas se pondrían el zapato derecho primero, todos se pondrían ansiosos cuando los llama esa persona que nosotros no podemos ignorar y nadie hablaría con esa persona que no podemos soportar. Es fácil ver que esto simplemente no es así. Cada quién reacciona de manera diferente porque cada uno de nosotros tiene su propia programación.

Qué es lo que creemos que es cierto, nuestros miedos, cuales son nuestros valores y quién creemos que somos son los cuatro componentes más fuertes de nuestra programación.

Para poder cambiar nuestro comportamiento primero tenemos que llegar a aceptar que estamos programados. Luego tenemos que contemplarnos muy de cerca hasta que podamos ver y comprender nuestra programación. Finalmente, una vez que hayamos comprendido como estamos programados, podremos empezar a cambiar uno a uno los comportamientos que están enraizados en lo más profundo de nuestro ser —nuestra programación.

Quienes deben construir la tecnología de nuestras empresas

Con cada día que pasa más y más empresas se convierten en empresas de tecnología sin importar cuál sea su línea de negocios principal. La capacidad de crear tecnología que pueda generar una mejor experiencia para los clientes de cualquier empresa ya no es opcional.

Lo queramos o no la calidad de la interacción que los clientes esperan tener con nuestras empresas está sesgada para siempre por las fenomenales experiencias que ofrecen empresas como Google, Apple, Uber y muchas otras de este calibre. Las expectativas son altísimas y los consumidores son menos tolerantes que nunca antes en la historia.

¿A qué nos lleva esto? A que toda empresa requiere personas expertas en la creación de tecnología de punta dentro de sus filas. Y ya no estamos hablando de expertos en tecnología “interna” como sistemas contables, inventarios o ERPs. Estamos hablando de expertos en tecnología “externa” qué es la que los clientes quieren utilizar para mejorar su experiencia con nuestras marcas.

Crear este tipo de tecnología, bueno realmente cualquier tipo de tecnología, no es fácil. Especialmente cuando las cosas cambian tan rápido como lo están haciendo ahora. Los procesos, herramientas y conocimientos necesarios para poder entregar esta soluciones son totalmente nuevos. Se necesita sangre fresca para poder ejecutar.

La sangre fresca está en las universidades o en las personas recién graduadas de las universidades. Ellos son los que mejor entienden la nueva tecnología y como interactuar con ella —son las personas idóneas para tomar las decisiones del qué y cómo construir los futuros tecnológicos de nuestras empresas.

Por el contrario, los gerentes actuales que manejan nuestras empresas, aunque tienen mucha experiencia y sabiduría, su enfoque durante los últimos años ha sido desarrollar sus habilidades gerenciales, no crear tecnología. Sino no fueran buenos gerentes. La brecha entre ellos y la tecnología de punta es cada vez más grande.

Es momento de reconocer esto y entender que la mejor manera de construir la tecnología que nuestras empresas necesitan hoy es confiar y darle rienda suelta a la nueva generación de desarrolladores que están más cerca de la acción. Es de la mano de ellos que llegaremos al siguiente nivel.

Enseñar preguntando

El silencio es un regalo muy difícil de dar. Ver luchar a alguien con algo que le cuesta cuando sabemos que se lo podemos resolver tampoco es fácil. Con razón enseñar es algo tan difícil. Va en contra de las programaciones más arraigadas que tenemos.

La mejor manera de enseñar es por medio de hacer preguntas. Las preguntas estimulan el pensamiento y nos invitan a buscar nuestras propias soluciones. Ante una pregunta las conjeturas, ya sean correctas o falsas, empiezan a desfilar por nuestras mentes. No lo podemos evitar. Es gracias a este proceso que aprendemos.

Un verdadero maestro dejará a su alumno luchar con lo que no sabe. Lo verá con compasión y lo acompañará durante el proceso pero nunca le dará la respuesta pues sabe que dar la respuesta interrumpirá el proceso de aprendizaje. El maestro siempre será un guía y buscará hacer las preguntas correctas que ayuden al alumno a concluir su proceso.

No hay nada más gratificante en este mundo que ver cuando los ojos de otra persona se prenden en el momento en que entiende algo por sí misma —y saber que nosotros jugamos un pequeño rol facilitando su proceso. El momento en que se da esa conexión es mágico. Pero para poder llegar a ese momento es necesario pasar por el calvario de ver a alguien luchar con buscar su propia respuesta.

Para poder ayudar a crecer a los que nos rodean tenemos que estar dispuestos a enseñar preguntando. Y para hacer esto tenemos que destruir nuestra programación que nos lleva a no querer ver a los demás luchar cuando sabemos que les podemos ayudar.