Mi estúpida necesidad de perfección

Las cosas se descomponen, las personas envejecen. Las imperfecciones son parte de la perfección del errático mundo en que vivimos. Aunque no lo parezca así, vivir en un mundo en el que todo fuera perfecto y en donde nada fallara sería muy aburrido.

Comprendo todo esto. Sé que así es y no hay fuerza en el universo que lo pueda cambiar. Y aún así estoy limpiando el monitor de mi computadora cada 30 minutos. No me gusta que la pantalla tenga ni la más mínima mancha. Lo mismo con mi teclado. Cualquier “anomalía” me incómoda. Lo mismo ocurre con el vidrio y la pintura de mi carro. Y mi teléfono. Y la televisión. Y así, sucesivamente hay unas cuantas cosas más que desearía que siempre estuvieran en un estado de “perfección” y que durarán para siempre. Cuando el curso natural de la realidad las altera, me descompongo.

Hasta hace muy, muy poco ni siquiera me había dado cuenta de lo pesado que es cargar con esta estupidez de un lado para el otro. El desgaste emocional y mental que experimento tratando de controlar todo esto es demasiado. ¡Ya tuve suficiente! Tanto de mi bienestar emocional depende de que todos estos objetos que se encuentran a mi alrededor, objetos que yo de ninguna manera puedo controlar, estén siempre en perfecto estado y que nunca se deterioren o fallen. Esta no es una receta recomendada para poder estar en paz.

Sé que tengo mucho trabajo por hacer. Los impulsos que siento cuanto algo se “daña”, raya o “arruina” son muy fuertes. Definitivamente cuidar las cosas tiene muchos beneficios pero saltar de eso a que el más mínimo rayón arruine todo mi día no tiene mucho sentido que digamos. Es hora de dejar esta pesadilla atrás.

Perfección

Hay tantos proyectos que mueren antes de nacer porque sus creadores no pueden tolerar la idea de que alguna parte del proyecto llegue a fracasar. Queremos la perfección.

La sensación que experimentamos cuando algo no sale cómo queremos muchas veces pesa más que la ilusión que tenemos de querer construir nuestros sueños. Queremos la perfección.

A veces nos despertamos sin ganas de afrontar el día y no queremos arrancar. En nuestra mente ese pequeño error no deja de rondar y pronto olvidamos todo el bien que hemos podido cosechar. Queremos la perfección.

Sabemos que fundamentalmente somos buenas personas y aún así nos castigamos porque algo malo sucedió que estaba fuera de nuestro control. Queremos la perfección.

Damos todo lo que podemos y no dejamos de luchar. Abrimos brecha tierra adentro pero de vez en cuando hay una caída insignificante que convierte todo el viaje en un desastre abismal. Queremos la perfección.

Acercarse a la perfección requiere de mucha práctica y experiencia. No nos podemos acercar las primeras veces que intentamos hacer algo. Es una realidad que tenemos que aceptar. Si nos sigue importando tanto la perfección, jamás llegaremos a intentar hacer algo significativo con el tiempo que nos queda de vida.

Apreciamos lo que cuesta

Ayer Checo Pérez ganó, después de 10 años de estar corriendo, su primer carrera en la F1. Puede ser que sea por qué hace tan solo una semana, después de hacer una gran carrera, el motor le estalló y perdió un podio. O puede ser por qué muchos lo hemos visto luchar, durante ya más de 10 años, por lograr el sueño de ganar su primer carrera. No importa cuál sea la razón pero la victoria de ayer fue especial, incluso para los fans de otros equipos y corredores.

Como seres humanos nos gusta apoyar al que viene de atrás. Hay algo especial en ver a alguien poder dar más de lo que creemos posible. Cuando una persona logra lo imposible nos inspira, nos lo hace posible a todos los demás. Humaniza la excelencia. Nos eleva a todos.

Apreciamos lo que cuesta y es por eso que a todos nos gusta tener héroes de “vida real”. Ellos nos enseñan que aquello que queremos lograr no es imposible. En ellos vemos que el esfuerzo y la lucha realmente valen la pena. De alguna manera nos vemos reflejados en sus acciones y por momentos creemos. Si tan solo siguiéramos sus pasos todos el tiempo, nosotros también pudiéramos ser héroes algún día.

El proceso es gradual

Esta es una de las cosas que más me cuesta manejar en mi vida —aceptar que el proceso de mejora es gradual. Me cuesta mucho sentirme cómodo cuando yo o alguien más hace algo por primera vez y el resultado no es “el mejor”.

Por alguna razón que aun no he logrado comprender siento una necesidad muy intensa de que las cosas tengan un alto grado de perfección desde su concepción. Quiero todo de una vez. Me cuesta encontrar comodidad en aceptar que el proceso de mejora es gradual.

Nada en este mundo va de 0 a 100 en un instante. Todo necesita de aceleración y tiempo para llegar a su máxima expresión —especialmente el aprendizaje y la evolución. Tengo que dejar de pretender que yo soy el catalizador que puede romper con esta ley natural.

Sé que esto no quiere decir tolerar un paso de tortuga y el constante tropiezo contra la misma piedra una y otra vez. También sé que llevar un ritmo constante es mucho mejor que hacer un sprint corto e inmediatamente después querer abandonar la carrera. Sé que el proceso es gradual para todo, incluso para poder cambiar mi limitación de querer que todo sea perfecto desde la primer vez.