Cuando detenerse es mejor que actuar de inmediato

Hacer, hacer y hacer. Es lo que este desbocado mundo nos enseña todo el tiempo y es lo que aprendimos que se espera de nosotros desde que éramos pequeños. ¿Pero qué hay de aquellas veces cuando detenerse y poder esperar es mejor?

El mismo ritmo desenfrenado con el que vivimos nos ha instalado este hábito incontrolable de reaccionar a todo lo que nos dicen los demás. No solo esto, siempre estamos reaccionando a los impulsos, pensamientos y emociones que muchas veces ni siquiera sabemos qué estamos experimentando.

Una buen parte de tener una vida exitosa consiste en poder detenernos, pausar, procesar la información y responder de acuerdo a lo que se requiere. Rara vez la reacción automática e impulsiva es un recurso efectivo para lidiar con algo que está sucediendo.

Estamos en medio de una conversación muy importante, suena nuestro teléfono, sin pensar lo volteamos a ver y sin darnos cuenta ya estamos escribiendo una respuesta. Nuestra pareja dice algo cierto pero que no nos gusta y sin siquiera terminar de evaluar lo que ha dicho ya estamos pensando en qué decirle para poder herirle de regreso. Nuestro hijo se comporta de una manera que no va de acuerdo a lo que esperamos de él y antes de que pase un segundo ya alzamos nuestra vos para reprimirle. Algo sale mal en el trabajo y antes de pensar en corregir el problema estamos buscando quién es “el responsable” para poder descargar nuestras frustración con él o ella.

Poder detenernos y actuar de una manera consciente ante la mayoría de situaciones es algo invaluable. Sentimos el impulso de querer ir a comer algo y nos podemos detener a evaluar si realmente esto es algo que queremos hacer. El mundo se está desmoronando a nuestro alrededor y podemos detenernos a tomar un respiro y responder con sentido de urgencia y decisión pero sin precipitarnos. Alguien nos ofende con sus palabras y podemos detenernos a pensar cómo queremos contestar sabiendo que nuestras palabras afectarán la relación para siempre.

Creo que detenernos, aunque sea por un breve instante, siempre es mejor que actuar de inmediato y sin pensar. Aprendamos a pausar.

La gran pausa

Así es como recordaré este momento congelado en el tiempo. Como “la gran pausa.” Una pausa que al parecer yo y la naturaleza necesitábamos para poder seguir adelante. Un poco de tiempo para reflexión, cambio y renovación. Un preciado momento para planear con mucha intencionalidad lo que pudiera ser el resto de mi vida.

“No es a la muerte a lo que un hombre le debe temer,” nos recuerda Marco Aurelio, “a lo que en realidad le debe temer es a nunca empezar a vivir.” Con esta pausa llega el cambio de ritmo necesario para encontrar lo que esa nueva vida pudiera ser.

Es importante en este momento, antes de seguir adelante, aclarar que no pudiese haber tenido una experiencia de vida más satisfactoria que la que he tenido hasta el día de hoy. No quisiera cambiar nada de lo que he vivido y podido construir en estos 44 años. Siento un profundo agradecimiento por la vida que he podido tener.

Sé que encontrar este siguiente nivel de vida no es algo fácil de hacer. Solo porque el ritmo de vida ahora es un poco diferente no quiere decir que las respuestas mágicamente aparecerán frente a mí. Descubrir lo que realmente es importante para uno es de las cosas más difíciles que podemos hacer.

Hay bastante trabajo por delante. Se requerirá de mucha introspección y honestidad interior; estrategia, táctica y una búsqueda de claridad. Tengo muchas preguntas pendientes por responder y diferentes caminos por evaluar. Siento cambio venir en el viento que sopla en las calles que están vacías, durante “la gran pausa”.