Este momento

Es extraño como el corazón puede estar inundado de luz en medio de absoluta obscuridad. Todo lo que hace falta es el sonido familiar de mi respiración para poder centrarme y disfrutar plenamente de este momento.

Ya es tarde y el silencio impenetrable me invita a regresar del futuro. Lo ojos están cansados y me suplican no volver a viajar al pasado. Lo que trato de decir es qué tanto la obscuridad como el silencio quieren que no me pierda de este preciso momento. Los voy a escuchar.

No importa qué tan larga sea nuestra vida, lo único que tenemos es este preciso momento. ¿De qué sirve vivir una larga vida si no nos detenemos a vivirla? ¿Acaso una larga vida no es solo la sucesión de un momento tras otro? Y entonces, ¿Es una vida realmente larga si todos sus momentos pasan desapercibidos? Si en este instante no estamos presentes en el momento, lo mismo daría que alguien hubiera ya enterrado nuestros huesos.

La diferencia entre nadar y ahogarse

Los movimientos que hace la persona que se está ahogando son muy similares a los que hace la que está nadando. Ambas tratan de “jalar” el agua con sus extremidades. Las diferencias son imperceptibles.

A simple vista es muy difícil determinar por qué los movimientos que hace la persona que se está ahogando no funcionan. Frenéticamente trata de desplazar el agua para mantenerse a flote y aún así, después de unos minutos, el esfuerzo habrá sido en vano y se ahogará.

Por el otro lado, la persona que nada, realizando movimientos que son muy similares, fluidamente se desplaza por el agua. El esfuerzo es mínimo, la ansiedad prácticamente no existe y el resultado es la vida.

Esta es una analogía perfecta para lo que la meditación puede hacer en la vida de una persona. Las actividades diarias y las presiones siguen siendo las mismas. Los “movimientos” que se hacen día a día no cambian en nada. Es muy difícil distinguir las acciones de una persona que medita de aquellas de alguien que no.

Pero su experiencia interna es radicalmente diferente. Tan diferente como la diferencia entre la persona que nada y la que se ahoga.

La meditación es el ayuno intermitente para la mente

Es fácil visualizar que cuando comemos demasiado, especialmente si comemos azucares, el cuerpo se siente y pone muy pesado. Cuando espaciamos las comidas, no comemos más de lo necesario y eliminamos comidas “pesadas” nos sentimos mucho mejor.

El ayuno intermitente le da al cuerpo un respiro, un descanso. Le permite desintoxicarse y deshacerse de todo el exceso de químicos que tiene acumulados. El cuerpo se empieza a reponer. Al practicar este tipo de dieta nos sentimos más livianos, más saludables. La salud en general del cuerpo empieza a mejorar. Algo muy similar ocurre con nuestros pensamientos. Ahora comparemos el mundo físico con el mental.

La meditación es el ayuno intermitente de la mente. Cuando estamos pensando todo el tiempo, especialmente cuando tenemos pensamientos negativos, también nos sentimos “pesados”. En el momento que el incesante torrente de pensamiento en nuestra mente se detiene, nos sentimos más livianos, más saludables.

Tomar 20 minutos cada día para detener el incansable diálogo interno de nuestra mente nos ayuda de una manera muy similar a la que nos ayuda espaciar el consumo de los alimentos. Nos ayuda a sentirnos más livianos, más saludables. La salud en general de la mente empieza a mejorar.

Rumbo a casa

Siento que he empezado mi viaje de regreso a casa. En el silencio de la noche algo me murmura que estoy muy cerca de encontrar aquello que nunca terminé de perder. Poco a poco las murallas que he construido durante toda mi vida se empiezan a desmoronar para dar paso a un poco de luz.

Mis interacciones con otras personas, e incluso conmigo mismo, están cambiando. Mi indiferencia hacia ciertas cosas que siempre me parecieron banales se empieza a desvanecer. La niebla lentamente se empieza a disipar.

Este barco a alzado anclas e izado sus velas. El puerto de partida ha quedado atrás y se empieza a fundir con el sol en el ya distante horizonte. Ahora todo lo que puedo ver hacia adelante es mar abierto. Las posibilidades son infinitas y aunque el destino final nunca se podrá expresar con palabras, el corazón sabe que este es el rumbo a seguir —voy rumbo a casa.

La inercia de nuestra programación

Desaprender es más difícil que aprender. ¿Cuántos comportamientos tratamos de cambiar pero una y otra vez volvemos a nuestro patrón habitual? El poder de nuestro condicionamiento y programación es más fuerte de lo que quisiéramos creer.

Si siempre te pones el zapato derecho primero, trata ponértelo después de haberte puesto el izquierdo. Si siempre que vez ese número en la pantalla de tu celular te pones ansioso y corres a responder, ahora trata de ignorar la llamada y responder hasta después. Si siempre que hablas con esa persona te pones histérico al escucharle alardear sobre sus logros, ahora trata de genuinamente sentirte orgulloso por lo que en su vida está logrando alcanzar. Presta mucha atención y pronto verás lo fuerte que es tu programación. De hecho, al inicio la mayoría de veces ni siquiera estarás al tanto de que estás reaccionando a lo que está sucediendo a tu alrededor.

Es importante reconocer que nuestras reacciones a todos estos eventos no tienen nada que ver con qué zapato está más cerca, con quién nos está llamando o que la persona con que estamos hablando sea extremadamente arrogante. Cada una de nuestras reacciones a estás situaciones está fuertemente codificada en nuestro condicionamiento y programación. De no ser así, todas las personas se pondrían el zapato derecho primero, todos se pondrían ansiosos cuando los llama esa persona que nosotros no podemos ignorar y nadie hablaría con esa persona que no podemos soportar. Es fácil ver que esto simplemente no es así. Cada quién reacciona de manera diferente porque cada uno de nosotros tiene su propia programación.

Qué es lo que creemos que es cierto, nuestros miedos, cuales son nuestros valores y quién creemos que somos son los cuatro componentes más fuertes de nuestra programación.

Para poder cambiar nuestro comportamiento primero tenemos que llegar a aceptar que estamos programados. Luego tenemos que contemplarnos muy de cerca hasta que podamos ver y comprender nuestra programación. Finalmente, una vez que hayamos comprendido como estamos programados, podremos empezar a cambiar uno a uno los comportamientos que están enraizados en lo más profundo de nuestro ser —nuestra programación.

Luz interior

Cada uno de nosotros tiene una luz interior que con el paso del tiempo cambia de color. Al cabo de unos cuantos años, la luz interior con que nacemos es irreconocible de la luz que le presentamos a los demás.

Esta luz natural, quien realmente somos, lentamente abre paso a una luz artificial que trata de dar forma a quien creemos que debemos ser para encajar, para pertenecer. Desde que somos muy pequeños aprendemos qué es lo que debemos hacer para conformar con las expectativas de nuestra familia, amigos y sociedad. Cambiamos de color para sentirnos cerca de los demás.

Y así embarcamos nuestro camino por la vida, tratando de iluminar el camino por donde vamos con una luz que está muy lejos de quienes somos en realidad. Una luz que aunque se siente extremadamente natural y propia no es realmente nuestra. Tan solo es la combinación de millones de expectativas ajenas que han dado forma a una falsa identidad que confundimos con nuestra luz interior.

La buena noticia es que nunca nada ni nadie puede extinguir completamente nuestra luz interior. Siempre la podemos recuperar. Todo lo que debemos hacer es ver, escuchar.

Tenemos que estar atentos a todos esos momentos en que sentimos que nos desgarramos por dentro y que nuestra vida se desarma sin piedad. Es en estos momentos que nuestro subconsciente nos está gritando y nos dice que algo no está bien. Que no estamos actuando de acuerdo a quien realmente somos, que estamos lejos de nuestra luz interior.

Si prestamos atención pronto aprenderemos a escuchar y a reconocer nuestra luz interior. Este es el único camino a la verdadera felicidad pues solo es cuando actuamos en sintonía con nuestra luz interior que podemos iluminar nuestro propio corazón.

Cuando detenerse es mejor que actuar de inmediato

Hacer, hacer y hacer. Es lo que este desbocado mundo nos enseña todo el tiempo y es lo que aprendimos que se espera de nosotros desde que éramos pequeños. ¿Pero qué hay de aquellas veces cuando detenerse y poder esperar es mejor?

El mismo ritmo desenfrenado con el que vivimos nos ha instalado este hábito incontrolable de reaccionar a todo lo que nos dicen los demás. No solo esto, siempre estamos reaccionando a los impulsos, pensamientos y emociones que muchas veces ni siquiera sabemos qué estamos experimentando.

Una buen parte de tener una vida exitosa consiste en poder detenernos, pausar, procesar la información y responder de acuerdo a lo que se requiere. Rara vez la reacción automática e impulsiva es un recurso efectivo para lidiar con algo que está sucediendo.

Estamos en medio de una conversación muy importante, suena nuestro teléfono, sin pensar lo volteamos a ver y sin darnos cuenta ya estamos escribiendo una respuesta. Nuestra pareja dice algo cierto pero que no nos gusta y sin siquiera terminar de evaluar lo que ha dicho ya estamos pensando en qué decirle para poder herirle de regreso. Nuestro hijo se comporta de una manera que no va de acuerdo a lo que esperamos de él y antes de que pase un segundo ya alzamos nuestra vos para reprimirle. Algo sale mal en el trabajo y antes de pensar en corregir el problema estamos buscando quién es “el responsable” para poder descargar nuestras frustración con él o ella.

Poder detenernos y actuar de una manera consciente ante la mayoría de situaciones es algo invaluable. Sentimos el impulso de querer ir a comer algo y nos podemos detener a evaluar si realmente esto es algo que queremos hacer. El mundo se está desmoronando a nuestro alrededor y podemos detenernos a tomar un respiro y responder con sentido de urgencia y decisión pero sin precipitarnos. Alguien nos ofende con sus palabras y podemos detenernos a pensar cómo queremos contestar sabiendo que nuestras palabras afectarán la relación para siempre.

Creo que detenernos, aunque sea por un breve instante, siempre es mejor que actuar de inmediato y sin pensar. Aprendamos a pausar.

Amor propio, dolor y un Hot-Dog

Acabo de leer una historia que por alguna razón conmovió hasta lo más profundo de mi ser:

Una familia sale a cenar. Cuando llega la mesera cada uno de los papás pidió su orden. Un segundo después su pequeña hija de 5 años con mucha ilusión también hizo su pedido: “¡Yo quiero un hot-dog, papás fritas y una Coca-Cola por favor!” “Claro que no,” interrumpió inmediatamente su papá y volteando a ver a la mesera agregó, “Ella comerá un pastel de carne, puré de papás y leche”. Volteando a ver a la niña con una sonrisa la mesera le dijo, “Cariño, ¿Que quieres que le agregue a tu hot-dog?” Después de que la mesera se retiró, la familia permaneció sentada en silencio y en shock. Unos minutos después la niña con brillo en sus ojos dijo, “Ella piensa que yo soy real.”

— Jack Kornfield y Christina Feldman

¿Qué es lo que exactamente me pegó de la historia? Todavía no lo he logrado terminar de comprender pero de alguna manera me sentí muy relacionado con la niña y esa sensación de ser “invisible”, de no pertenecer.

Creo que todos hemos tenido una serie de experiencias que han contribuido a formar una narrativa dentro de cada uno de nosotros que nos dice algo parecido a, “No soy suficiente, algo me hace falta para poder pertenecer, para ser tomado en cuenta.” Al menos así es como pienso muchas veces yo. No es divertido.

Puede ser difícil de aceptar pero creo que después de muchos años de estar reforzando este tipo de narrativas adentro de nuestras cabezas podemos llegar a desarrollar un rechazo interno hacia nosotros mismos.

Esta es una de las más grandes tragedias que podemos experimentar como seres humanos, no querernos tal y como somos. Creer que estamos fundamentalmente incompletos y que no merecemos amor es una fuente de sufrimiento inmensa que se puede llegar a erradicar.

Después de todo, esas creencias se aprenden a través de vivir historias como la de la niña y su hot-dog. Cuando algo se aprende, también se puede desaprender.

Buenas decisiones y las reacciones emocionales

Tomar buenas decisiones requiere de claridad de pensamiento y de un espíritu centrado. Podemos decir que mientras más calmada esté la mente y más en paz esté el corazón, mejores decisiones se tomarán.

Es fácil de entender que mantener la claridad y la calma es parte fundamental de decidir bien pero una vez que la neblina ha desciende todo se va al carajo y tiramos nuestra capacidad de tomar buenas decisiones por la ventana.

¿Y qué es esta neblina? Principalmente la neblina toma forma de reacciones emocionales —aquellas respuestas emocionales que decidimos tener ante los eventos que ocurren a nuestro alrededor.

Las reacciones emocionales pueden generar cualquier tipo de emoción por lo que es importante hacer un muy breve resumen de los tipos de emociones que podemos experimentar. Las emociones se pueden clasificar en dos grandes grupos: emociones positivas(felicidad, amor, gozo, etc.) y emociones negativas (enojo, envidia, ansiedad, etc.). Usualmente las emociones negativas se consideran como dañinas y las positivas como beneficiosas. Esto no siempre es el caso.

Por ejemplo, una madre está tratando de ayudar a su pequeño hijo a quien le acaba de caer un árbol encima. Su enojo y frustración le pueden dar fuerzas sobrenaturales y así podrá mover el arbolo para salvar a su hijo. De igual manera, un inversionista puede estar lleno de genuina felicidad y por ende estar más optimista de lo normal y puede tomar una decisión de negocios que le cueste millones dólares. El resultado de las decisiones no tiene nada que ver con el estado emocional en que estemos.

Es muy importante entender esto porque crecimos creyendo que siempre tomamos las decisiones de manera racional y utilizando la cabeza. No es cierto. La mayoría de decisiones las tomamos a un nivel emocional (bajo la neblina). ¿Cuántos de ustedes han seguido con una relación que saben que no les beneficia pero simplemente no la pueden dejar? ¿Cuántos de ustedes han seguido fumando sabiendo que el cigarro los puede enfermar o incluso matar pero no aguantan la ansiedad que se apodera de sus cuerpos al dejar de fumar? Hay millones de ejemplos. La gran mayoría de las decisiones que tomamos no son racionales.

Esto no quiere decir que debemos buscar volvernos robots o el Sr. Spok y que debemos suprimir nuestras emociones. Las emociones son la manera en que experimentamos nuestra vida como humanos. Es de lo más preciado que tenemos. En lo que sí debemos trabajar es en cambiar nuestra relación con ellas.

Es importante que aprendamos a dejar de perdernos en ellas y poder experimentarlas de una manera atenta en dónde en todo momento estamos plenamente conscientes de qué estamos sintiendo. Esto nos permitirá saber que nuestro juicio por el momento está nublado por la neblina de las emociones y que tenemos dos opciones: o esperamos un tiempo para decidir o decidimos en el momento tomando en cuenta el sesgo emocional que estamos viviendo en ese instante.

Sea como sea, haya neblina o no, siempre podemos usar nuestro mejor juicio. Solo debemos mantener una mente clara, un espíritu centrado y una conciencia clara de nuestros estados emocionales.

Aceptación no es indiferencia

El mundo siempre seguirá su camino y los eventos seguirán ocurriendo. La historia se desenvolverá sin tomar en cuenta los intereses personales de nadie. Entonces, ¿Por qué insistimos en poner resistencia?

Resistirnos a que las cosas sean como son nos genera ansiedad y muchas veces enojo. Esta sensación de que el mundo está mal y nosotros estamos bien es muy desgastante. Hay una manera mucho más efectiva de lidiar con aquello que no está alineado con lo que queremos —aceptarlo.

Aceptar las cosas como son es tan difícil porque estamos programados para creer que aceptar algo es lo mismo que ser indiferentes ante ello y que por ende no haremos nada para cambiarlo. Esto no es cierto.

Aceptar las cosas como son es reconocer que algo está pasando y que es independiente de nuestros intereses o expectativas. El evento que ocurre es siempre ajeno a nosotros y a lo que queremos que ocurra. Esta es la naturaleza del mundo en que vivimos.

Si lo que está ocurriendo no nos agrada siempre podemos decidir querer cambiarlo. Y para cambiarlo no tenemos que resistirlo ni luchar en contra de ello. Lo debemos aceptar tal y como es, entenderlo y estudiarlo. Verlo como algo perfecto que simplemente no encaja con lo que queremos. Solo entonces podremos encontrar como participamos en la situación que queremos cambiar y trabajar para dirigirla un poco más cerca hacia donde queremos que vaya.