La batalla por hacer el bien

La batalla por hacer el bien siempre es interna. En realidad creo que, exceptuando algunos casos extremos, la gran mayoría de personas quieren hacer las cosas bien todo el tiempo. Como le digo a todos aquellos a quienes coacheo, “nadie se despierta en la mañana pensando: “hoy quiero ir a hacer todo el mal que pueda en el mundo”. Creo que todos están tratando de hacer lo mejor que pueden con las herramientas que tienen y simplemente las cosas no siempre salen como quisieran.

Todos queremos ser felices y llevar una buena vida pero nuestros miedos e inseguridades muchas veces nos meten zancadilla. La gran mayoría del tiempo sabemos qué es lo correcto de hacer pero nuestros arraigados patrones de conducta interfieren y al momento de actuar nos desviamos —y hacemos cosas que nos dañan a nosotros y a los demás. No por qué esas fueran nuestras intenciones iniciales sino por qué nuestra falta de conocimiento interior nos hace susceptibles a repetir el mismo error una y otra vez.

La batalla por hacer el bien siempre es interna. No tiene nada que ver con saber distinguir entre el bien y el mal. Eso es relativamente fácil. Lo que realmente importa es que desarrollemos la fortaleza interna para poder escoger hacer el bien incluso cuándo estamos muertos del miedo, cuando no es conveniente hacerlo.

Hacer el bien cuando hay adversidad es más difícil que hacer el bien cuando todo marcha a favor. Pero la batalla por hacer el bien siempre es igual —es una batalla interna que solo cada uno de nosotros puede librar.

La destrucción de las empresas en Internet

Como emprendedor sé que todas las empresas van a cometer errores. Como persona sé que ningún ser humano es perfecto. Como coach creo que nadie se equivoca o causa daño a propósito. Me gusta creer en que todas las personas actúan a partir de buenas intenciones. Es una lástima que tantas personas no entiendan esto y estén dispuestas a destruir a una persona o empresa para obtener 5 minutos de fama.

Debo reconocer que en la última semana yo mismo he utilizado este blog para compartir una muy mala experiencia que tuve con un banco con el qué hago negocios. ¿Mi intención? Consultar a mi audiencia si lo que me ocurrió es legal o no. Cuando escribí ese post hice mi mayor esfuerzo de sanitizar el contenido y mantener el banco anónimo. Mi propósito es tratar de entender mejor que pasó y si las acciones que se tomaron son legale. Eso es todo. Mi intención no es dañar la reputación del banco o la de sus colaboradores. No gano nada con hacer eso. De ser posible quisiera poder darles retroalimentación de una manera privada y ayudarles a mejorar sus procesos.

El Internet es un medio muy poderoso que habilita ciclos de retroalimentación casi inmediatos. Bien utilizados pueden ser una gran herramienta que ayuda a las personas y empresas a mejorar su rendimiento. Desafortunadamente mi experiencia es que estamos muy lejos de lograr algo así. Veo que las personas están utilizando el Internet todos los días para crucificar a cualquier persona o empresa que cometa un error y pareciera ser que lo último que quieren es ayudarles a mejorar. Mi impresión es que lo que quieren es causar mucho ruido y sentirse importantes cuando su contenido se va viral.

¿Por qué digo esto? Porque día tras día veo videos, tweets y posts que lo único que hacen es evidenciar, sin la intención de querer ayudar, los errores de personas y empresas que tanto se esfuerzan por dar un buen servicio. Puede ser que esté equivocado pero lo que percibo es que estas personas están buscando contenido “escandaloso” que les genere lo que tantos hoy buscan con una desenfrenada necesidad: más seguidores y likes, una sensación de sentirse importantes.

Realmente me cuesta mucho entender cuál es el objetivo de compartir estos incidentes en redes sociales de un manera pública sin antes contactar a la empresa por un canal privado y de esa manera ayudarles a corregir. Como gerente y emprendedor he aprendido el mantra de premiar en público y retroalimentar en privado. Creo que es algo que como público en general debiéramos aprender también.

Sobre las buenas intenciones

¿Saben qué es lo único que puede convertir un problema pequeño en un desmadre descomunal? Asumir que alguien causó el problema a propósito. Querer culpar. Creer en que alguien esa mañana se despertó y lo primero que pensó fue, “Hoy mi objetivo principal es ir a causar un gran problema en la empresa. Como no tengo nada mejor que hacer, voy a planear cómo joderle la vida a mis compañeros de trabajo.”

Hasta donde llega mi experiencia todavía no he conocido a alguien que piense así. Puedo imaginar que a lo mejor hay alguna que otra persona con algún tipo de desorden mental cuyo propósito en la vida sea causar problemas adrede pero en general me gusta creer que los errores que todos cometemos los cometemos por desconocimiento, no por maldad.

En un acelerado mundo empresarial en donde todos tenemos que estar aprendiendo nuevas cosas todos los días y en donde la incertidumbre está a la orden del día, los errores van a suceder, y van a suceder a menudo. Es por esto que es tan importante que encontremos una manera eficiente de resolver los problemas que nos pagan para resolver.

La mejor manera que se me ocurre de hacer esto es en todo momento asumir intención positiva en todas las personas que trabajan con nosotros. ¿Por qué no bajar la guardia por un momento y ver a los demás como seres humanos iguales que nosotros que no quieren hacer daño pero aún así se equivocan y causan problemas?

Esto no quiere decir que no se debe responsabilizar, corregir y ayudar a la persona que causó el problema a mejorar. Tan solo quiere decir que puede ser una buena idea dejar de reaccionar con tanto enojo cada vez que alguien comete un error. Lo más seguro es que no lo hizo con querer.

Segundas oportunidades

Todavía no he conocido a alguien que no haya cometido un error grande en su vida. Cuando me detengo a pensar en algunas de las decisiones y acciones que he tomado en mi propia vida se me hace obvio que estoy lejos de ser intachable. Y también puedo pensar en muchas personas que, a pesar de mis fallas, me dieron segundas oportunidades que cambiaron dramáticamente la dirección de mi vida. Gracias a cada uno de ustedes.

Y aún así, en algunos casos, se me dificulta considerar darle segundas oportunidades a los demás. Por alguna razón que aún no he podido identificar me cuesta mucho ver la capacidad de cambio que yo mismo he demostrado en los demás. Que arrogante de mi parte.

Tomando prestadas y parafraseando las sabias palabras de Rocky Balboa, “si yo puedo cambiar y ustedes pueden cambiar, todos pueden cambiar.” Si todos podemos cambiar, ¿quién so yo para negar una segunda oportunidad?

He estado reflexionando mucho sobre esta limitación y ya empecé a trabajar duro para cambiarla. Creo que estoy haciendo avances pero aún no estoy satisfecho. Hay mucho trabajo por hacer y el siguiente paso que tenía por hacer era compartir esta batalla interna que estoy teniendo con ustedes. Hecho.

Ahora estaré trabajando en constantemente asumir intención positiva en todas las acciones que vea en los demás. Así podré empezar a ver los errores como lo que son, equivocaciones que no tienen la intención de dañar. Espero que esto me ayude a seguir cambiando y algún día poder llegar a darle segundas oportunidades a cualquier persona que esté buscando un empujón para volver a nacer.

pd. Esta reflexión nació luego de escuchar este podcast con Catherine Hoke quien se dedica a darle segundas oportunidades a personas recién salidas de la cárcel. Si mi reflexión les llamo la atención, creo que se pueden beneficiar de escucharlo.

Catherine Hoke: The Master of Second Chances

Nadie quiere patear la mesa

Hoy por la mañana estaba leyendo. Tenía puestos los lentes que solo uso para leer. Me levanté para ver que los gatos en el jardín no estuvieran haciendo algún desastre y pateé la mesa de la sala. Sin zapatos puestos claro. Rompí la pata de la mesa y mi dedo pequeño del pie me duele bastante.

Claro que no quise patear la mesa. Nadie quiere patear la mesa. Al igual que nadie quiere entregar un proyecto tarde o perder un negocio, mi intención era otra totalmente ajena a lo que sucedió.

Probablemente al tener los lentes puestos, algo que no hago cuando estoy en movimiento, calculé mal y según yo no iba a tocar la mesa. De lo contrario nunca hubiera dado el paso. Mi creencia de donde estaba la mesa me engañó. Esta es la única razón por la que di el paso.

Y lo mismo pasa con todo lo que hacemos en nuestras vidas. Solo podemos decidir y actuar en base a lo que creemos que es cierto. Y fuera de casos patológicos, actuamos en base a lo que creemos que será lo mejor. Los errores, fracasos y mesas que pateamos vienen de creencias falsas que para nosotros son reales. Nunca de malas intenciones. Nadie quiere patear la mesa.