Todos estamos en el mismo barco

Es infinita la soledad y desesperación que podemos llegar a sentir. Cuando nos ensimismamos con alguna situación que no sabemos manejar nos aislamos de los demás y entramos en un abismo en donde creemos que somos los únicos en toda la historia de la humanidad que se ha sentido así.

Las emociones que experimentamos en estas situaciones son varias. Algunas de las más comunes que sentimos son el miedo, la ansiedad, el enojo y la tristeza. Estas emociones llegan a ser tan intensas que olvidamos que somos nosotros los que las generamos y llegamos a creer que nosotros somos la emoción. Se nos hace imposible distinguir entre nuestra identidad y lo que estamos sintiendo. He de ahí que nacen expresiones como “estoy triste” o “me muero del miedo”.

Esta confusión da origen a a la narrativa de que nunca nadie se puede haber sentido cómo nos estamos sintiendo nosotros en ese momento. Después de todo, si cada uno de nosotros es único y al mismo tiempo creemos que somos nuestras emociones, entonces nadie más puede haberse sentido como me siento yo ahora. Mi emoción tiene que ser única.

Afortunadamente esto no es cierto. La verdad es que todos estamos en el mismo barco y es muy bueno tenerlo presente en los momentos difíciles que nos toca vivir. Si estamos en una discusión difícil que nos da miedo hay que recordar que la otra persona también está asustada. Si estamos nerviosos en una entrevista de trabajo por qué negar que el entrevistador también ha de estar nervioso al entrevistarnos. Si estamos bateando en una situación crítica de un juego muy importante y los nervios llegan, qué mejor que recordar que el pitcher esta en las mismas que nosotros.

Nunca estamos solos y nunca estamos viviendo algo que alguien antes de nosotros no haya vivido. En este sentido experiencial no somos únicos. Recordar que pertenecemos a la raza humana y que nuestro dolor es compartido con millones de otras almas en los lugares más recónditos del planeta es reconfortante. Nos hace sentir que pertenecemos a algo más grande que nosotros y que no estamos solos. Cuando vuelva ha llegar el abismo de la soledad, recuerda que todos estamos en el mismo barco.

Volver a lo mismo, estoy enojado

Por momentos creo que todas las oportunidades de aprendizaje que tan caro pagamos con la destrucción y muerte que trajo consigo el COVID se están tirando la basura. Estoy enojado, sí.

Con esta crítica no me refiero a que se estén dejando de practicar las normas de distanciamiento social. Acostumbrarse a lavar las manos no es un gran aprendizaje, eso no me molesta tanto. Me refiero a lo rápido que pareciera que estamos regresando a tantos ineficientes patrones de comportamiento de pre-pandemia que finalmente estaban empezando a cambiar.

Como emprendedor lo que más me duele es ver como tantas empresas están decidiendo, a pesar que sus giros de negocio no lo requieren, forzar a sus colaboradores a regresar a los mismos horarios y procesos presenciales de trabajo. A estas alturas del partido creo que ya tenemos suficientes datos para respaldar que el modelo híbrido funcionó bien para un gran porcentaje de empresas. Entonces, ¿por qué la insistencia de volver exactamente al antiguo modelo sin siquiera aplicar algunos de los aprendizajes que todas esas horas de encierro nos enseñaron?

Al día de hoy hay muchos libros, podcasts, Webinars y experiencias de miles de personas y empresas que nos pueden ayudar a modernizarnos. También tenemos nuestras mismas experiencias de las cuales debemos aprender.

Nadie quiere estar enfrente de zoom 24/7, lo entiendo. Pero con un poco de compromiso de gerencia se pueden diseñar modelos híbridos que pueden funcionar en casi cualquier empresa.

Ya es hora de dejar el pasado atrás y seguir avanzando. Por favor, dejemos las maneras de hacer las cosas que no nos aportan atrás y enfrentemos el reto de seguir avanzando. No dejemos que las ganas de sentirnos cómodos en nuestra zona de confort nos amarren a procesos y prácticas que son ineficientes y hoy ya son anticuadas. Nuestro deber como emprendedores es guiar al mundo hacia el futuro y si ni siquiera lo podemos hacer con nuestra propia manera de operar, ¿cómo pretendemos poderlo hacer con nuestros clientes dependen de nosotros para lograrlo?

Saber callar

Las personas que me conocen saben que me gusta mucho hablar. Usualmente tengo una opinión que compartir acerca de todo y cuando se da la oportunidad de hacerlo, la tomo.

Poco a poco he ido aprendiendo a ser un poco más consciente de qué y cómo digo las cosas. Los años me han enseñado a saber cuándo callar. Hoy se puso a prueba mi capacidad de guardar silencio.

No quiero entrar en los detalles de lo que sucedió pero es importante para mí compartir mi experiencia. Hoy en la tarde estaba parado haciendo cola para comprar un café. Una señora con sus 5 hijos estaba haciendo cola enfrente de mí. Uno de ellos, el más pequeño, se acercó a platicar conmigo. Me contó que era el cumpleaños de uno de sus hermanos. Luego, uno de sus hermanos también se acercó e intercambiamos un par de palabras. Unos segundos después la madre se acercó a nosotros con una gran sonrisa y me dirigió un par de palabras que me impactaron bastante.

Pude sentir un enojo muy intenso crecer dentro de mí. En el momento sentí un sentido de superioridad, casi como que si yo tuviera algún tipo de autoridad divina sobre ella. Mi corazón empezó a latir más rápido y pude sentir la adrenalina correr por mis venas. Las palabras que quería decir estaban listas para herirla en la punta de mi lengua. Afortunadamente el veneno que quería esconder tras la excusa de querer “ayudarle” con un buen consejo nunca llegó a salir de mi ser.

Tal vez lo que quería decir podía haber ayudado. Pero no con el enojo e indignación con que lo iba a decir. Más allá de lo que se dice, cómo se dice determina como se recibe el mensaje. Haber hablado en ese estado no hubiera servido de nada más que darme una descarga emocional a mí.

Durante el resto de la tarde y ya bien entrada la noche me estuve cuestionando por qué no hablé. “Podía ayudarla y tan solo un par de palabras hubieran hecho toda la diferencia en su vida.”, me estuve escuchando decir durante horas. ¡Qué mentira! Por más pena que me dé reconocerlo, en ese momento no quería ayudar a nadie. Tan solo quería sentirme superior y descargar mi enojo con alguien que ni siquiera conozco.

Pero ahora que ya es hora de dormir agradezco que en el momento supe callar y que las palabras que buscaban salir a destruir se quedaron dentro de mí. Saber callar a veces nos ayuda a dormir mejor.