El vacío de no saber qué hacer

Cada vez que se hace algo nuevo, no sé sabe qué hacer. Todas las situaciones que se afrontan por primera vez dejan un vacío en el estómago, precisamente porque no sabemos qué hacer.

Es algo contra intuitivo, ¿no? ¿Por qué debiéramos saber hacer algo que nunca antes hemos hecho? No tiene sentido alguno. Pero aún así nos petrificamos y sentimos ese vacío cuando no sabemos qué hacer. La vergüenza que sentimos es casi infinita.

Sí, ese vacío se siente incómodo y es algo que a nadie le gusta sentir. Pero ese no es el verdadero problema. El problema es que ese maldito vacío no nos deja pensar. Nos congela y no nos deja aprender de la situación que tanto nos quiere enseñar. Si tan solo pudiéramos actuar a pesar de el vacío, ¿cuánto más pudiéramos aprender?

Sólo hay dos formas de salir de este predicamento. Una es aprender a dominar las sensaciones incómodas del cuerpo y seguir adelante sin importar qué tan incómoda sea la sensación de vacío. La otra es desconectar de fondo la falsa creencia de que no saber qué hacer es algo malo. Que cuando no sabemos qué hacer nos debemos avergonzar.

No cabe duda alguna de que esta segunda estrategia es la más efectiva y a la que todos debemos aspirar.

Los limites se pueden mover

Un limite es el punto en donde algo termina y algo mas empieza. Podemos decir que el limite de la paciencia es dónde la cordura termina y la locura empieza. En la misma línea, el límite de nuestras capacidades es dónde termina lo que podemos hacer y en donde empieza nuestra oportunidad de aprender cómo hacer algo nuevo.

Muchas personas creen que los limites son estáticos, que no se pueden mover. Creen que solo se tiene cierto nivel de paciencia y que solo se puede manejar hasta x ó y nivel de complejidad. Creen que tan solo se puede manejar cierto grado de presión y que no se puede generar más ingresos de los que ya se están generando. Todo esto es falso.

A través de la constancia, el aprendizaje y si, mucho fracaso, los limites se pueden mover. Por medio de el esfuerzo y la introspección se puede desarrollar más paciencia. Con entrenamiento físico se puede aumentar la resistencia y la fuerza corporal. Con dedicación y capacitación se puede hacer explotar cualquier carrera profesional.

La caja en la que sentimos que estamos encerrados no es real. Esos limites que creemos que nos encierran solo están en nuestras cabezas. La caja puede crecer. Los limites se pueden mover. Solo tenemos que empujar.

Pero primero tenemos que convencernos de que los limites sí se pueden mover.

Invisible

Hay cosas que son invisibles, simplemente no se pueden ver. Todos sabemos esto. Lo que muy pocos llegan a distinguir es que hay cosas que no se pueden ver porque esa es su naturaleza y hay otras cosas que no se pueden ver porque nosotros escogemos no verlas.

El aire es invisible al igual que la luz infrarroja. También hay muchas otras substancias que el ojo humano no puede percibir. Son invisibles por su naturaleza. Esto no es en lo que me quiero centrar hoy.

Es más interesante explorar cosas como los vicios que lentamente matan a millones de personas sin que ellas se den cuenta de lo que está pasando. ¿O qué tal todos esos casos de personas que están por perder su trabajo porque no se han dado cuenta que tienen que subir de nivel para poderlo retener? ¿O todas esas familias que poco a poco se desintegran sin que nadie siquiera se dé cuenta hasta que ya es muy tarde?

Lo más difícil de ver no es lo que es invisible. Lo más difícil de ver es lo que no queremos ver. Nuestros errores. Nuestras fallas. Todo aquello que vive en nosotros y que no nos deja vivir nuestra mejor vida. Nuestras propias limitaciones.

Lo invisible se puede llegar a ver. Todo lo que tenemos que hacer es quitarnos la venda que nos mantiene cegados, aquella que no nos queremos quitar porque tenemos miedo a que la luz de la realidad nos vaya a quemar para siempre los ojos.

La prisión que no se puede ver

La palabra prisión convoca muchas imágenes. Puede ser que un persona al escuchar esta palabra visualice a una pantera rondando en una jaula en el zoológico. Otra persona puede imaginarse a Martin Luther King Jr. o a Gandhi escribiendo en su celda. Alguien más puede pensar en Malcolm X. Y otra persona más puede derramar una lágrima al recordar a un ser querido que está tras las rejas.

Todas estas imágenes son fáciles de visualizar. Son muy poderosas. Generan emociones muy fuertes. No conozco a nadie que no le tema a estar en prisión. La idea de perder nuestra libertad es aterradora. Visualizar un prisión no es difícil pero aún así la prisión más maquiavélica de todas, en la que todos estamos prisioneros, simplemente no es visible.

Estoy hablando de la prisión que creamos para nosotros mismos adentro de nuestras cabezas. Las paredes de esta prisión están construidas por nuestros miedos. Estos miedos determinan, al igual que las paredes físicas de las prisiones que ya les mencioné, hasta donde podemos ir.

Si alguno de ustedes no cree en que esta poderosa y sofocante prisión existe tan solo debe pensar en alguien que le tiene miedo a las alturas. ¿Qué tan arriba puede llegar en una escalera? O en alguien que le tiene miedo a hablar en público. ¿Qué tan lejos podrá llevar sus sueños?

Sí, la prisión invisible construida con nuestros miedos es real y está adentro de nuestra cabeza. La buena noticia es que nosotros la creamos y por ende nosotros mismos la podemos destruir.

Camellos y la condición humana: Los miedos no son reales

Esta es la historia de un comerciante de camellos que estaba cruzando el Sahara con sus esclavos y 20 camellos que estaban por comercializar. Al caer la noche los esclavos empezaron a martillar unas estacas al piso con las cuales luego amarrarían los lazos para atar a los camellos.

Unos minutos después de que los esclavos terminaran de martillar las estacas uno de ellos se acercó al comerciante y le dijo:

— “Señor, tengo un problema. Tan solo tengo 19 estacas y son 20 los camellos que debo amarrar. No sé que hacer”.

— “Es fácil”, le respondió el comerciante. “Estos animales son muy simples y no les gusta pensar. Ata a los primeros 19 y luego solo acércate al que hace falta y simula que lo estás amarrando y creerá que está atado. Hazlo así y ya vamos a dormir”.

Y así fue. El esclavo hizo lo que el comerciante le ordenó y todos se fueron a dormir mientras que un camello quedó suelto sin lazo alguno que lo sujetara. A la mañana siguiente, para la sorpresa de todos exceptuando el comerciante, los 20 camellos estaban ahí, esperando seguir el viaje. Incluso el camello que no estaba amarrado.

Así que después del desayuno los miembros de la caravana empacaron todo, desamarraron los camellos y se prepararon para salir. La caminata inició y una larga fila de camellos empezó a desfilar por el desierto.

Tan solo habían pasado unos minutos cuando el mismo esclavo que la noche anterior se había acercado al comerciante se le volvió a acercar y le dijo:

— “Señor, todo está muy bien pero tengo un pequeño problema. Todos los camellos ya se están moviendo exceptuando el que pasó la noche suelto. Ese no se quiere mover por nada.”

— “¡Ah!”, le contestó el comerciante. “Es que seguro se te olvidó desamarrarlo. Ve a su lado y haz como que lo desamarras. ¡Ya vámonos de acá!”

Así es como el esclavo fue y “desamarró” al camello y todos siguieron felizmente su camino.


Esta historia ilustra muy bien la condición humana en la que la gran mayoría de personas viven. Estas personas experimentan muchas ansiedad. La experimentan todo el tiempo y viven con miedo a situaciones que simplemente no son reales.

Al igual que los camellos de la historia estas personas limitan sus vidas amarrándose a miedos (lazos) que simplemente no están ahí. El poder de la mente es inmenso y lo que la mente quiere creer se vuelve real en nuestras vidas.

Hoy es un excelente día para sentarte a pensar un buen rato a que lazos invisibles crees que estás amarrado. Si los decides cortar encontrarás la libertad y felicidad que has estado buscando toda tu vida.

Crédito: Basado en una anécdota contada por Anthony de Mello