Estar cerca, la mejor manera de aprender

Hay momentos en el trayecto de toda empresa en los cuales aprender es lo más importante que se puede hacer. En estas condiciones las prioridades deben cambiar. Los que están lejos se deben acercar y los que ya están cerca, se deben acercar más. Todos tienen que aprender.

Estar cerca es un compromiso grande de tiempo. Para estar de cerca en un lugar hay que dejar de estar en cualquier otro lugar. Claro que esta inversión vale la pena, cuando el objetivo es aprender. Entender lo que se tiene que entender no tiene precio. Págalo, siempre.

La mejor manera de entender algo es estando cerca. Observando. Solo así se pueden distinguir las sutilezas que nos llevan a la comprensión. Mientras más cerca se está, más información se puede recopilar. Ah, y ni mencionar que la información que se recolecta de cerca es la más fidedigna que se puede obtener.

Cada vez que una empresa cambia un proceso, lanza un nuevo producto o cambia un proceso es importante entender cómo está funcionando el cambio. Hay que aprender.

Si el cambio tiene que ver con ventas, es importante estar cerca del mercado. Si el cambio tiene que ver con el producto, hay que estar cerca de los clientes. Si el cambio tiene que ver con algún proceso, hay que estar cerca de los indicadores de eficiencia.

Aprender, aprender, aprender. Es la única manera de mejorar. Es imposible mejorar lo que no se puede cambiar y no se puede cambiar aquello que no se puede entender. Para entender y luego poder aprender hay que estar cerca.

Simplificando un poco, estar cerca es la mejor manera de aprender.

El vacío de no saber qué hacer

Cada vez que se hace algo nuevo, no sé sabe qué hacer. Todas las situaciones que se afrontan por primera vez dejan un vacío en el estómago, precisamente porque no sabemos qué hacer.

Es algo contra intuitivo, ¿no? ¿Por qué debiéramos saber hacer algo que nunca antes hemos hecho? No tiene sentido alguno. Pero aún así nos petrificamos y sentimos ese vacío cuando no sabemos qué hacer. La vergüenza que sentimos es casi infinita.

Sí, ese vacío se siente incómodo y es algo que a nadie le gusta sentir. Pero ese no es el verdadero problema. El problema es que ese maldito vacío no nos deja pensar. Nos congela y no nos deja aprender de la situación que tanto nos quiere enseñar. Si tan solo pudiéramos actuar a pesar de el vacío, ¿cuánto más pudiéramos aprender?

Sólo hay dos formas de salir de este predicamento. Una es aprender a dominar las sensaciones incómodas del cuerpo y seguir adelante sin importar qué tan incómoda sea la sensación de vacío. La otra es desconectar de fondo la falsa creencia de que no saber qué hacer es algo malo. Que cuando no sabemos qué hacer nos debemos avergonzar.

No cabe duda alguna de que esta segunda estrategia es la más efectiva y a la que todos debemos aspirar.

Se mejora haciendo

La única forma de mejorar como se hace algo es claro, haciéndolo. No existe otra forma de lograrlo. Los grandes escritores se hacen escribiendo, al igual que los grandes deportistas se hacen entrenando. Los grandes emprendedores se hacen emprendiendo y los más grandes músicos se hacen tocando sus instrumentos.

¿Qué quieres hacer con tu vida? No importa cual sea tu respuesta a esa pregunta, la única manera en que lo vas a lograr es empezando a hacerlo ahora. Sí, vas a fracasar y te vas caer cientos de veces. En un principio no lo vas a hacer bien, al igual que cuando aprendiste a caminar tampoco lo hacías bien. Pero para aprender a correr, primero hay que lograr caminar.

Cada fracaso trae dentro de sí un aprendizaje y con cada aprendizaje nos acercamos a la perfección de lo que sea que estamos haciendo. Para ser de los mejores en nuestros respectivos campos hay que invertir mucho tiempo y dedicación. Infinitas repeticiones y largas horas de práctica. “Este es el camino”, diría Mando.

Llegar a dominar cualquier habilidad es una larga tarea que no es fácil ni inmediata. Pero la recompensa es dulce. En el camino aprendemos a apreciar la sutilezas de lo que sea que estemos aprendiendo y desarrollamos un genuino amor por la habilidad que estamos desarrollando.

Para llegar a estos altos niveles los libros y videos de YouTube se quedan cortos porque la única manera de mejorar es claro, haciendo.

Aprender jugando es mejor

Hace unos días atrás escribí acerca de la gran cantidad de tiempo que he pasado jugando Civilization VI con mi hijo y mi cuñado. Las cosas no han cambiado y hoy volvimos a pasar la mayor parte del día jugando.

Sin entrar en los detalles de cómo funciona el juego quiero relatar cómo Civilization VI ha despertado el interés por la historia, política, ciencia y economía en mi hijo de 11 años.

Realmente no hay nada como aprender jugando. Creo que se aprende más cuando no se “sabe” que se está aprendiendo. Cosas maravillosas ocurren cuando el aprendizaje viene sutilmente disfrazado como algo más. En este caso, como un juego.

Conforme nos hemos ido adentrando en el juego el domino de los conceptos que se presentan como sistemas de gobierno, políticas económicas, estructuras sociales y técnicas de negociación se vuelve necesario para seguir avanzando. Y seguir avanzando es tan divertido que los tres hemos pasado horas de horas leyendo, comprendiendo y aplicando estos importantes conceptos.

También quiero mencionar cómo los círculos de retroalimentación cortos que ofrecen los juegos son importantes en el aprendizaje. Por ejemplo, si dentro del juego elijo un sistema de gobierno que no es apto para mi situación, en un par de turnos me puedo dar cuenta que me equivoqué ya que mi situación no irá para bien. De igual manera, cuando el sistema encaja, el progreso es evidente. Este tipo de retroalimentación rápida cimienta el aprendizaje y los conocimientos de una manera experiencial.

Aprender no tiene que ser aburrido y jugar no tiene que ser “una perdida de tiempo”. Se puede jugar para aprender y aprender jugando es mejor.

Aprender versus hacer

Si lees algo en un libro que te serviría y no lo estás aplicando, ¿realmente estás aprendiendo? Esto es algo que me he estado preguntando mucho en los últimos días. Si aplicara un 10% de todo lo que he leído en mi vida, sé que estaría totalmente en otro nivel. Definitivamente he leído bastante más de lo que estoy aplicando —y definitivamente no es por qué lo esté olvidado.

Saber cómo hacer algo y entender por qué funcionan las cosas de cierta manera nunca es suficiente. Tan solo es el comienzo. En realidad existen dos razones principales por las que no llevamos nuestras vidas de mejor manera:

  1. Desconocemos cómo hacerlo mejor. No sabemos.
  2. Conocemos una mejor manera de cómo hacerlo pero no tenemos la fortaleza emocional para poner en práctica lo que sabemos. Nos resulta demasiado incómodo aplicar lo que hemos aprendido. No queremos.

La primer barrera al crecimiento y la superación (el desconocimiento) es fácil de remediar y la gran mayoría de personas la logramos superar. Basta con dedicarle tiempo y cerebro a un tema y, en la gran mayoría de casos, lo lograremos entender. Aprender a nivel intelectual es relativamente fácil.

¿Pero qué pasa con todas esas cosas que ya hemos aprendido y aún así no podemos aplicar? Digamos por ejemplo que, he aprendido todas las técnicas para responsabilizar de manera firme y efectiva a otra persona pero cuando llega el momento de hacerlo, simplemente no lo puedo hacer. No se siente bien hacerlo. Hay una fuerza invisible que me detiene. Tengo el conocimiento pero no la convicción emocional para actuar. Es acá en donde la gran mayoría de personas topamos.

Saber a nivel racional qué cierta acción o decisión dará los mejores resultados no es lo mismo que sentir que eso es el mejor curso de acción. Al final del día los seres humanos, siempre escogemos lo que se siente mejor a nivel emocional. ¿Alguna vez has hecho algo que sabías que seguro no te iba a convenir pero aún así te convenciste de hacerlo? Sí, yo también.

Aprender algo y “saber” tan solo son el principio y nunca son suficientes. Adicionalmente debemos programarnos emocionalmente para actuar en base a lo que hemos aprendido que es mejor. Es la única manera de darle vida y honrar el conocimiento. De lo contrario tan solo estamos haciendo ejercicios inútiles de clonación de información.

Aprender enseñando

El privilegio de poder enseñar no debe ser tomado a la ligera. Poder contribuir en la transformación de otras personas —esperamos que para bien— es algo que se debe tomar muy en serio.

Ser un buen profesor, maestro, coach o como se le quiera llamar, requiere de una gran cantidad de cualidades. Se debe contar con:

  • Paciencia
  • Sabiduría
  • Empatía
  • Buena comunicación
  • Claridad
  • Conocimiento de materia
  • y mil cosas más

Pero sobre todo, para poder enseñar se debe amar aprender. No se puede enseñar algo que aún no se ha aprendido. “La única manera de garantizar que has aprendido algo es poderlo enseñar”, decía Aristóteles. Una vez más, estaba en lo correcto.

Enseñar es la manera más noble de aprender. Es un circulo virtuoso fenomenal. Siempre y cuando el objetivo sea ayudar lo más posible al estudiante, el maestro estará destinado a crecer. Lo que sucede es que enseñar y aprender no son calles de una sola vía. El verdadero aprendizaje se da cuando hay un intercambio genuino entre dos personas.
Mi sueño es aprender enseñando.

Aprender a vender

La gran mayoría de personas, si le preguntamos si son buenos vendedores, nos repondrían que no. Una cantidad aún mayor de personas nos dirían que no les gusta vender. Estas son dos de las creencias que más limitan lo que una persona logra hacer con su vida.

¿Te puedes imaginar como sería tu vida si pudieras vender lo que quisieras? Imagina vender tus ideas y tus proyectos para enrolar a otras personas a que colaboren con lo que es importante para ti. Imagina poder vender un producto que te cambió lavada y ayudar a otros a tener el mismo cambio que tu tuviste. Imagina venderle a tu familia ese cambio de país que sabes que cambiaría su vida para siempre. Imagina ser el vendedor estrella de tu compañía y poder ganar más dinero del que jamas imaginaste con tus comisiones.

La realidad es que lo sepas o no, todo el tiempo estás vendiendo. Siempre estás buscando convencer, persuadir o enrolar a los demás en lo que quieres. Vender no es solo el acto de intercambiar un producto o servicio por dinero. Vender es contar una historia que resuena con otra persona y que la lleva a ver el mundo de una manera muy similar a la nuestra. Nos alinea.

Vender es un arte y abre un mundo de posibilidades. Saber vender no es una lotería que que alguno han ganado al momento de nacer. Saber vender es algo que se aprende, es algo que todos podemos hacer. Saber vender es una decisión.

El primer paso es reconocer que ya sabes vender. Lo haces todos los días. El segundo paso es olvidarte de la falsa creencia de qué vender es algo que se trae y que no se puede aprender. El tercer paso es perder el miedo al rechazo y a que te digan que no —esto no solo es útil en las ventas. El cuarto paso es practicar y practicar. El quinto paso es disfrutar de tu nueva vida.

No sé

No sé

La mente de principiante —aquel estado de cuestionar y querer entender a fondo— es una herramienta muy poderosa. Es un estado de humildad que permite constante a aprendizaje y crecimiento. La mente de principiante nace con la frase “no sé”.

Aunque un experto tiene muchas ventajas sobre un principiante, hay algo que el principiante siempre tiene de ventaja sobre el experto: el desconocimiento de cómo “debieran” ser las cosas. El experto, gracias a años de práctica y estudio, ha solidificado en su mente estructuras mentales, experiencias previas y conceptos que le serán muy difíciles de cuestionar. El principiante, gracias a su desconocimiento, tiene poco sobre que construir y su mente estará más abierta a probar posibilidades que otros probablemente no verían. Está dispuesto a cuestionar y experimentar.

Esto no significa que convertirse en experto sea algo malo. Lo único que quiere decir es que a menos que se haga un esfuerzo consciente de mantener una mente de principiante, un experto fácilmente puede caer en un estancamiento de ideas, innovación y progreso debido a la aceptación automática de principios ya aprendidos. Puede caer preso a la falta de cuestionamiento.

El antídoto ideal para este fenómeno es la pequeña frase de dos palabras que está al final del primer párrafo “no sé”. Poder pensar y decir esta frase de corazón requiere mucha convicción, humildad y deseo de mejorar.

Decir no sé es difícil por qué es emocionalmente incómodo. Especialmente cuando se tiene una fuerte asociación con una identidad de experto. Los expertos se supone que deben saber. ¿Cómo es posible que un experto no sepa?

Pero la verdad es que la historia nos ha enseñado que las verdades que se han descubierto tienen un tiempo limitado de vida. Por ejemplo, la idea de que el sistema solar tiene 9 planetas par mi era —y si soy sincero aún es— verdad. Es lo que aprendí en el colegio durante mis años formativos y cambiar mi postura al respecto me resulta extremadamente difícil.

¿Cuantas cosas más se han creído verdaderas que ahora —por lo menos momentáneamente— se han probado falsas? La tierra es plana. Desangrar pacientes les puede curar y salvar la vida. El humano sufrirá daños irreparables si viaja a más de 15km/hr, la esclavitud es buena, etc.

Es cierto que resulta difícil creer en un mundo en el que nuestras creencias más enraizadas sean destrozadas. Es difícil abrirnos a creer que lo que consideramos más sagrado y más seguridad nos da pudiera ser falso. Pero tan solo imaginemos a una persona que vivió en 1850 y proyectemos su reacción al decirle que puede cruzar el atlántico en avión en tan solo 6 a 7 horas y que el ser humano ya puso los pies en la luna. No lo podría creer. Lo seres humanos no vuelan y mucho menos viajan a la luna.

¿Podrán los seres humanos colonizar Marte? No sé. ¿Podremos llegar a vivir 200 años? No sé. ¿Se podrá curar el cáncer? No sé. ¿Hay alguna manera mejor de hacer el trabajo para el que me considero experto? Aunque ahora no sé cual sea, estoy seguro que si.