Mi estúpida necesidad de perfección

Las cosas se descomponen, las personas envejecen. Las imperfecciones son parte de la perfección del errático mundo en que vivimos. Aunque no lo parezca así, vivir en un mundo en el que todo fuera perfecto y en donde nada fallara sería muy aburrido.

Comprendo todo esto. Sé que así es y no hay fuerza en el universo que lo pueda cambiar. Y aún así estoy limpiando el monitor de mi computadora cada 30 minutos. No me gusta que la pantalla tenga ni la más mínima mancha. Lo mismo con mi teclado. Cualquier “anomalía” me incómoda. Lo mismo ocurre con el vidrio y la pintura de mi carro. Y mi teléfono. Y la televisión. Y así, sucesivamente hay unas cuantas cosas más que desearía que siempre estuvieran en un estado de “perfección” y que durarán para siempre. Cuando el curso natural de la realidad las altera, me descompongo.

Hasta hace muy, muy poco ni siquiera me había dado cuenta de lo pesado que es cargar con esta estupidez de un lado para el otro. El desgaste emocional y mental que experimento tratando de controlar todo esto es demasiado. ¡Ya tuve suficiente! Tanto de mi bienestar emocional depende de que todos estos objetos que se encuentran a mi alrededor, objetos que yo de ninguna manera puedo controlar, estén siempre en perfecto estado y que nunca se deterioren o fallen. Esta no es una receta recomendada para poder estar en paz.

Sé que tengo mucho trabajo por hacer. Los impulsos que siento cuanto algo se “daña”, raya o “arruina” son muy fuertes. Definitivamente cuidar las cosas tiene muchos beneficios pero saltar de eso a que el más mínimo rayón arruine todo mi día no tiene mucho sentido que digamos. Es hora de dejar esta pesadilla atrás.