El poder de las palabras

Las palabras son la única herramienta que tenemos para interpretar la realidad que nos rodea. Nos resulta imposible pensar en algo para lo que no tenemos palabras. Creo que es de acá de donde puede venir la expresión “No tengo palabras para lo que acaba de suceder.” A veces suceden cosas que no podemos comprender y es precisamente por esto que no encontramos las palabras para verbalizarlo.

Son las palabras también la única manera que tenemos para transmitir lo que estamos pensando a otras personas. No importa que sean palabras escritas o palabras al viento las que decidamos utilizar, sabemos que la única manera que tenemos para llevar una idea que está dentro de nuestra mente hacia la de otra persona es concatenando una secuencia coherente de palabras.

Finalmente, son las palabras uno de los detonadores más poderosos de emociones en los seres humanos. No importa si son las palabras de una canción, un poema o una carta de despido, las palabras indicadas siempre pueden alterar dramáticamente nuestro estado emocional en un abrir y cerrar de ojos.

Me he topado con bastantes personas que no creen tanto en el poder de las palabras y es a ellos a quienes especialmente dedico la siguiente historia.

Hace ya unos años atrás estaba un conferencista dando lo que yo consideré una muy buena charla sobre precisamente el poder de las palabras. Ya hacia el final de la conferencia una persona se paró para hacer un comentario. “Sabe, todo esto está muy interesante” comentó el asistente, “pero realmente no creo que las palabras tan poderosas como usted lo dice.” “No sea tan imbécil”, le respondió inmediatamente el conferencista, “y si no tiene ni puta idea de lo que está hablando, mejor deje de quitarnos el tiempo.” Un silencio abismal cayó sobre todo el auditorio.

Indignado, el participante se dio media vuelta y con lágrimas de ira en sus ojos se dirigió marchando hacia la puerta. Justo cuando estaba por salir por la puerta el conferencista de nuevo habló a través de las bocinas del salón. “Señor, le ruego me pueda disculpar. Me exalté mucho y no debía haber dicho esas cosas. Cometí un muy grave error y le ofrezco mis más sinceras disculpas.” El asistente lo vio y luego de pensar un momento le dijo, “su disculpa ha sido aceptada”. Luego de unos segundos más y un par de profundas respiraciones el asistente volvió a su lugar. Una vez que se sentó el conferencista intervino una última vez y le preguntó, “¿Todavía sigue sin creer en el poder de las palabras? Tan solo se necesitó una frase para que usted estallara de ira y otra para que se volviera a calmar. Yo a eso le llamo poder.”

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