Cuando los demás son dueños de nuestras emociones

He estado pensando mucho en la facilidad con que le entregamos el control de nuestro bienestar emocional y a veces de hasta nuestra cordura mental a las demás personas. Alguien nos dice que no les gusta nuestra camisa y ahí va el resto del día. Otra persona nos dice que hicimos un buen trabajo y pasamos días en las nubes. Pero al día siguiente alguien nos dice que prefiere ir al cine alguien mas que ir a cenar con nosotros y una ves más estamos por los suelos.

Tenemos mucho que aprender sobre nuestro manejo emocional. Específicamente necesitamos empezar a darnos cuenta de que siempre somos nosotros los que generamos nuestras emociones. Nunca son los demás los que nos hacen sentir esto o aquello.

Y aún así insistimos en estar peleando todo el tiempo por cambiar a las demás personas para que así nosotros nos podamos sentir bien. Si no nos traen flores hacemos berrinche para que la próxima vez sí nos las traigan y entonces nos podamos sentir mejor. Si alguien nos dice algo que no nos gusta los enfrentaremos, a veces llegando al punto de dañar la relación, para lograr que así se retracten y que así podamos estar bien. Realmente creemos que los demás son los causantes de como nos sentimos en todo momento.

Para ejemplificar que tan ridícula es nuestra postura respecto a las reacciones emocionales que tenemos les quiero contar la historia de un paciente que estaba muy enfermo. Nuestro paciente, después de muchas semanas de dolor, finalmente decide ir al doctor. Una vez en la oficina del doctor el médico procedió a realizar todas las pruebas que consideró necesarias. Adicional a las pruebas estándar el médico tomó unas muestras de sangre y las envió para su análisis a un laboratorio avanzado.

Después de un par de días el paciente finalmente recibió la llamada del médico con el diagnóstico y aún más importante, el tratamiento. “Para poder eliminar todos sus dolores”, le dijo el médico, “necesito que vaya con su vecino y le dé esta medicina durante tres días seguidos. Después de que su vecino se tome la medicina ya usted se sentirá mejor.”

¡De verdad que es ridículo! ¿Por qué le voy a dar medicina a mi vecino si soy yo el que está con el dolor? ¿Por qué debiera cambiar el si soy yo el que tiene el problema?

Bien, pues así es precisamente como manejamos nuestras reacciones emocionales. Cuando alguien hace algo que no nos gusta creemos que son ellos los que deben cambiar para que nosotros podamos estar bien. Ni siquiera consideramos que pudiéramos ser nosotros los del problema y automáticamente les exigimos que cambien y que sean ellos los que se tomen la medicina.

Cuando creemos que los demás son los dueños de nuestras emociones cedemos nuestra libertad más sagrada, la de escoger cómo reaccionar ante todo lo que ocurre en nuestras vidas. Puede ser que la medicina sea amarga pero el que se la toma encontrará la libertad eterna. El que se la toma y cambia es el que gana. Ya es hora de dejar de pedirle a los demás que sean ellos los que se la tomen.

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